domingo, 1 de noviembre de 2009

VIDA RELIGIOSA

Pero esa rutina y monotonía de la que estaban pintados los días de Juanita, se rompería de pronto sin que ella pudiera ni sospecharlo. Corría el año 1963 “Un día llegó a mi habitación la Madre Vicaria General y me dijo si quería ser religiosa Obrera, le dije que ese era mi deseo desde pequeña, pero que ahora no había dicho nunca nada porque para ser religiosa en esta orden se necesita buena salud y yo… Entonces me dijo que ellas estaban dispuestas a admitirme enferma si yo quería, pidiendo los permisos que hicieran falta. Toda sorprendida, con una agradecimiento muy grande a Dios y a todas las Madres, le dije que por mí encantada… Después de este momento todo fue volar. Aproveché una visita del Sr. Obispo de Córdoba a Villanueva, para hablar con él y pedirle la admisión en la orden. El Sr. Obispo estuvo la mar de cariñoso y amable, seguro que él había hablado ya con la Madre General. Me dijo que sí, me habló de que mi labor en el Instituto sería pedir y ofrecerme por las demás hermanas y por el mundo.
Empezaron a preparar las cosas, yo no salía de mi asombro, no sé si tenía pena o alegría, lo que sí tenía era un miedo tremendo… Todo desconocido para mí… ¡Dios mío, cómo me iría! Para mi entrada fijaron el día 29 de septiembre de 1963 fiesta de San Miguel. La víspera por la tarde, las novicias, que al día siguiente, serían mis compañeras, fueron de paseo al campo y al volver quisieron llegar a verme, no pudo ser, tenía una fiebre exagerada… A mí dentro de que estaba muy contenta, se me juntaba el cielo con la tierra… Después de una larga noche sin dormir amaneció el día 29; de mi familia estaban todos menos mi hermana Pilar. Me pusieron un velito blanco y una capita negra con una medalla del Corazón de María al cuello, pendiente de un cordoncito. La Eucaristía muy hermosa, todavía recuerdo la homilía… Por la noche, cuando me vi sola en el despacho de la Madre maestra, que era mi dormitorio. No sabía si llorar o reír… si dar gracias a Dios o arrepentirme del paso que había dado. Recordaba mi cuartito donde tantos años había estado y en el que tan a gusto me encontraba, aunque había tenido días de todos, buenos y no tan buenos, había reído y llorado mucho, por eso quizá me sentía más apegada a él…”. Después de unos meses como postulante ingresó en el noviciado, tiempo que ella siempre recordó de forma especial: “…Tomé el hábito el día 19 de Marzo de 1964. Así empecé mi noviciado que recuerdo como el tiempo peor de mi vida. Yo era peor que un gato salvaje (...) y hasta que me adapté a vivir en comunidad sufrí un verdadero martirio y di que sufrir a la buena de mi enfermera, que no sabía qué hacerme ni cómo actuar conmigo, pues durante los dos años de noviciado lloré más que Jeremías, tanto que yo creía que me iba a quedar llorando para siempre… Las postulantes, excepto algunas cosillas teníamos el mismo reglamento que las novicias. Entre otras cosas, recuerdo dos que me costaban enormemente. Teníamos que dar una clase de catecismo a las compañeras en una sala y explicar el Evangelio los domingos en el comedor. La clase de catecismo, aunque temblaba, no se me daba mal, pero el evangelio… me tiraba llorando un mes antes de que me correspondiera. Para mí la entrada en el comedor ese día me producía verdadero pánico… No nací para predicadora… Recuerdo que en el comedor había un cuadrito del “Ecce Homo” (no sé si estará bien escrito) que cuantas veces miraría pidiendo me ayudase y diera fortaleza. Otro cuadro de Jesús en la oración del Huerto había en la sala de costura que también una simple mirada me hacía seguir adelante y ofrecerlo todo a Él que sufrió mucho más por mí. No todo fue negativo, hubo cosas muy buenas, aprendí a conocer más a Jesús, podía estar muy cerquita de Él en la capilla, con las compañeras pasé muy buenos ratos ya que eran todas la mar de “apañás”. La M. Maestra me quería mucho yo también a ella, y que tenía toda la confianza conmigo... sin punto de comparación, muchísimo más que yo con ella... que casi todo se lo tenía que dar por escrito y con pocas palabras, era la única forma de que supiera algo de mí... ¡ay! ¡la confianza en mi vida! Siempre luchando por corregir mi carácter poco comunicativo y aquí estoy, sin apenas dar el primer paso.
Indudablemente, la pertenencia a una Congregación religiosa marcó en ella un antes y un después y aunque muchas cosas siguieron siendo para ella iguales, su vida dio un gran giro. Podemos imaginar que le costara un poco adaptarse a esa nueva vida ya que ella había aprendido a estar sola, a amar la soledad y a servirse de ella para encontrarse con el Señor y orar. Ella era dueña de su tiempo y lo organizaba a su gusto, sin embargo, al ingresar en la vida religiosa otras personas disponían el horario y los actos comunitarios y formativos ocupaban buena parte del día.
Su vida, como la de cualquier novicia estaba llena de sus luces y sus sombras, porque en resumidas cuentas así es la vida de cualquier ser humano, su vida de fe y su incansable tendencia a dotar de sentido sus experiencias ponían una luz especial a esa vida, que es ejemplar en su discreción.
Al ser estos unos años dedicados especialmente a su formación, su vida está más regulada y acompañada por la persona responsable de esa formación. Su relación con la autoridad siempre fue respetuosa y correcta. Pero su exigencia personal siempre le causaba la sensación de quedarse corta, de tener muchos defectos que reparar y tener mucho que mejorar, también en este ámbito de las relaciones humanas.
Ella se considera excesivamente tímida, con dificultades en la comunicación interpersonal y poco dada a contar sus intimidades.
Estos primeros años le obligaron ciertamente a tener que ser más abierta, a relacionarse y comunicarse más. Fueron años llenos de muchas vivencias diversas que le ayudaron en su crecimiento espiritual y en su madurez personal. Entre esas experiencias ella resalta el trato personal con Jesús y la relación con sus compañeras y formadora.
Es cierto que también tuvo que luchar mucho con su timidez, sus dificultades para la comunicación y el miedo que sentía a determinadas cosas como las tormentas.
La vida religiosa le pedía superación y ella con frecuencia se resistía, pero dentro de todo era bien consciente de sus debilidades y luchaba por ir dando pasos para crecer en confianza. Sus propias palabras dan cuenta de todo esto: “Bueno te podía seguir contando más cosas pero creo que con esto basta para hacerte una idea de lo que fue mi noviciado y este tiempo que recordaré siempre con simpatía, cariño y también con una angustia que no me puedo explicar…”
Las experiencias de Juanita en sus primeros años de vida religiosa, y más concretamente en su etapa de noviciado, etapa que estuvo llena de alegrías y riquezas y también de una profunda lucha interior contra sus propias tendencias. En este sentido vuelve Juanita a sentir que su carácter reservado no le ayuda en esa comunicación necesaria en los procesos de formación y en la vida misma. Su timidez la acompañó hasta el final de sus días sin que nunca pudiera superarla del todo. En este sentido le hacía sufrir de forma especial por las dificultades que pasaba en la comunicación con sus superiores, a quienes quería, pero con quienes le costaba abrirse. Todo esto le creaba una especio de tensión interior muy fuerte, de la que necesitaba descargarse: “Algunos días la Madre Maestra me llevaba al patio cosa que a mí me gustaba mucho… el silencio, la soledad, observar los pájaros, bichitos, flores… Todo esto me llenaba el corazón de alegría… de alabanza a Dios, de acción de gracias… Mi espíritu se fortalecía, todo sacrificio me parecía costar menos… y mi pobre cuerpo también pillaba algo pues volvía más relajada y dispuesta a la lucha… Buen sedante para los nervios.”
Estos años suponen para Juanita un verdadero encuentro con ella misma y con lo que ella es en relación con los demás. Hasta hace unos años su vida era más que nada soledad, desde su ingreso en la vida religiosa, la vida común es lo habitual. Ese cambio le afectó, pero supo ir viviendo todo desde la luz de la fe, y desde su íntima unión con el Señor.
Llegó el momento de realizar sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Los hizo en la festividad de S. José, 19 de Marzo de 1966 y de ese día nos dice ella misma: “Del día de mi profesión poco puedo contar ya que no significó mucho para mí pues el ofrecimiento estaba ya hecho…”
Ciertamente es así, su entrega al Señor ya estaba hecha y en ello no supuso ningún cambio, pero su vida si cambiaría al pasar a una comunidad y abandonar el ambiente del noviciado.
Llegado el momento en que pronuncia sus votos y por tanto deja la vida del noviciado, pasó a formar parte de la comunidad que las religiosas Obreras tenían en Villanueva de Córdoba, es decir, que aunque su vida cambiara en algunas cosas, siguió en el mismo lugar y ambiente donde se enfermó y vivió sus primeros años de vida religiosa. Sus palabras pueden muy bien servimos para hacemos una idea de lo que era su vida como religiosa Obrera: "Cuando se llevaron el noviciado a Córdoba me quedé en la comunidad, aquí donde me conociste tú. Me adapté pronto a mi nueva vida de profesa.
Durante algún tiempo mi oficio fue coser babis de las niñas, también ayudaba a la hermana encargada de las labores, todos estos pequeños trabajitos los alternaba con largos ratos de oración, bueno, oración no sé... Me parece que nunca he sido capaz de hacer oración, sólo he intentado hacerla ...
Intentaba también llevar una vida mortificada además de los sacrificios inevitables impuestos por la enfermedad, me gustaba hacer otros libremente escogidos para demostrarle al Señor (por decirlo de alguna forma) que estaba conforme con lo que Él ya me invitaba y además sería absurdo, sino porque quería parecerme, aún físicamente, a Cristo Crucificado, que nos dice Isaías que no tenía figura de persona ... Si Él quería que mi vida fuera de continua inmolación y permanente holocausto, la mejor forma de hacer su voluntad sería parecerme lo más posible a Él física y espiritualmente… Por la noche rezaba en cruz hasta que me dolían los brazos, en fin, todo era poco para ofrecer al Señor.”
Después de su profesión religiosa la vida de Juanita siguió entre actividades que estaban dentro de su alcance y sus prolongados ratos de oración. Su situación física no la apartaba de la vida comunitaria asistiendo a los actos comunitarios: oraciones, comida, recreación, reuniones formativas, etc. Siempre fue un miembro activo y responsable de la comunidad que aportaba su parecer y opinión en las cuestiones que se iban presentando. Aunque siempre le costó, poco a poco fue haciéndose una persona con una vida social mayor.
Nunca descuidó su formación pues dedicaba mucho tiempo a la lectura. Le interesaban temas muy variados, pero uno de los que le hacían disfrutar más eran los referidos a la misión y a la vida de los misioneros en países de África y América. Este interés la llevaba a dialogar con los misioneros que por diferentes motivos pasaban anualmente por la comunidad y poco a poco se fue haciendo con un buen grupo de amigos con los que mantenía una correspondencia bastante asidua.
También otras personas que visitaban la comunidad se sentían atraídas por su peculiar manera de ser y con frecuencia le planteaban situaciones personales para que ella les orientara y les diera consejo. Todo esto no ocurrió de golpe, es decir, que sus primeros años de vida transcurrieron con tranquilidad y sin muchos contactos con el mundo exterior. Pero lo cierto es que de ser una persona poco comunicativa pasó a ser una mujer con bastante correspondencia y comunicación con personas ajenas a su ambiente habitual.
Es muy curioso también que, a pesar de su gran limitación que le impedía poderse dedicar al apostolado, rasgo característico de la Congregación a la que pertenecía, nunca se sintió incómoda o frustrada, pues llevaba dentro de sí ese afán de dar a conocer a Jesús y sabía hacer suya todas las actividades apostólicas que se realizaban e incluso animaba con gran espíritu a la hora de la misión. Exigente, austera, sacrificada con ella misma, nada más. Pero capaz de transmitir esa ilusión de la Gloria de Dios a todas las personas que se acercaban a ella, de la forma más sencilla y simple sin discursos, pero sabia llegar.
Fue una mujer con un marcado espíritu misionero y como tal, lo mostraba y ponía de manifiesto en su trato con Dios y con las personas. Era algo que le brotaba espontáneo. Sus conversaciones, su oración, su correspondencia, la intención que ponía en sus tareas, sus privaciones personales e incluso el destino de sus ahorrillos, ponían en evidencia el gran interés que tenía por las misiones. Decía así: “Llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Ir donde él… salir de donde estamos… Para que estuvieran con él... "Enviarlos a pre¬dicar... Y vosotros ¿quien decís que soy yo? ... Tenemos que ir descubriendo a Jesús.
Dejar al Señor que tome la iniciativa en nuestras vidas. Gracias, Dios mío por el don de la fe ... Me siento feliz de poder cooperar a la extensión del Reino de Cristo en el mundo, todos mis sufrimientos, penas y alegrías las ofrezco al Señor para que todos estos millones de hombres conozcan a Cristo y le amen. Para que envíe vocaciones misioneras a su Iglesia”.
Este espíritu misionero lo inculcaba en los grupos de catequesis que tenía tanto con las niñas de la Escuela Hogar como de la catequesis parroquial, o algunos que por alguna circunstancia necesitaban una atención especial y acudían a la Hermana Juanita para que les preparase para la Primera Comunión. ¡Como disfrutaban estos niños y niñas alrededor de su cama escuchando y dialogando sobre Jesús! Ella sabía darles todo: la formación necesaria, el despertar su amor a Jesús, su amistad y atención personal a cada uno. Cuantos de mayores recuerdan estas catequesis con particular cariño.
También personas mayores, buscaban en ella una dirección espiritual y un consejo que les ayudara a orientar su vida, saben de su paciencia, de su tolerancia, de su capacidad de escucha, de su atención, amor y respeto.
Con los jóvenes tenía una gran sintonía, se preocupaba por sus diversiones y comprendía sus anhelos e inquietudes. Se muestra alegre y cordial. Los escucha con atención total, dialoga con ellos y muy jovialmente los aconseja siempre con una palabra de aliento y sabiduría.
Y todo ello porque edifica su vida desde la experiencia del amor de Dios: “No sé qué decirte ni pedir¬te... sólo quiero estar contigo, ser tuya, no pensar en nada ni en nadie, sólo en ti, que mi vida toda sea para amarte... a ti que tanto me quieres, que me has amado primero, que tantas gracias me das sin yo merecerlas y que des¬pués no sé usar de ellas como debo.
Ayúdame, Señor para que en el día de hoy no te ofenda... esté pendien¬te de lo que tú quieras de mí... amándote mucho, que to¬dos mis pensa¬mientos sean para ti... Hoy quiero vivir muy unida a ti ofreciéndote todo lo que desagradable se me pre¬sente, en silencio y con mucho amor, por el Papa, la Iglesia, los misione¬ros, por todas las perso¬nas consagradas de for¬ma especial a ti, a tu servicio, a sus hermanos los hombres ... "
La Hermana Juanita amaba su vocación de Obrera y vibraba con el espíritu de sus Fundadores. La enfermedad no la centró en ella misma, ni la dejó al margen de nada, supo vivir con integridad y animar a las demás a vivir la espiritualidad del Corazón de Jesús que identifica a su Congregación: “Las que conocimos a nuestros fundado¬res sabemos que fueron dos grandes ena¬morados del Corazón de Jesús. Dos almas gemelas que sintieron muy dentro de sí la queja de Jesús en el Evangelio: "mucha es la mies y pocos los obreros" y quisieron hacerla suya lanzándose a evangelizar por pueblos cortijadas y aldeas. Pero estos corazones inquietos entusiastas y rebosantes de celo, sabían que ellos un día no podrían, se sentían limitados y vieron la necesidad de perpetuarse en sus hijas, de¬jándonos -a las Obreras del Corazón de Je¬sús- la grave responsabilidad de llevar a cabo lo que ellos comenzaron (…)
Es posible Hermanas que aún no haya¬mos caído en la cuenta de esta capacidad de darlo todo, de no reservarse nada ... Para M. Fundadora sería incomprensible que nosotras, al considerar esta entrega del Señor siguiéramos con nuestros egoísmos y no nos sintiéramos movidas a correspon¬derle con la misma generosidad de darlo todo, de amarle como El nos amó, de lanzarnos, cada una según las circunstancias, a ser verdaderos apóstoles del corazón de Jesús para que todos los hombres le conoz¬can y le amen (…) Debemos ser almas reparadoras, ofre-ciendo al Señor todo lo desagradable que se nos pueda presentar, dificultades, trabajitos de cada día y todo aquello que nos molesta o nos pone los nervios de punta ... también nuestras alegrías y satisfacciones, en repa¬ración de los pecados propios y ajenos.”
Las hermanas de la Congregación sentían su cariño y su amistad. Ella hacía que todas se pudieran sentir queridas y apreciadas de forma muy especial.
Siempre respetuosa con sus superiores, atenta y cariñosa con todas las hermanas, viendo la forma de poder ayudar en los trabajos comunitarios y personales de costura, procurando mejor formación a las que necesitaban más. Sirviendo según sus posibilidades, que a pesar de sus limitaciones, físicas eran muchas.
Era una persona delicada y estaba siempre muy atenta a las necesidades y detalles con cada una de las hermanas, pero a la vez tenía los ojos abiertos a la realidad, era consciente de las imperfecciones y límites de quienes la rodeaban y aunque eso, en ocasiones la hiciera sufrir, ella intentaba vivirlo e integrarlo desde una experiencia profunda de fe y tomarlo con el sentido del humor que le caracterizaba. La siguiente situación que ella nos narra da muestras de ello: “El Corazón de Jesús siempre conmigo: Hoy ha sido un detalle que me ha impresionado muchísimo... No sé por qué, porque ya es hora de que yo vaya sabiendo que Él es así. Estaba el día bastante soleado, sin nada de nubes y me sacaron a coser al patio, tenía enci¬ma de mi cama una revista y me puse a leer unas catequesis que está dando el Papa sobre la "Providencia de Dios". Empecé a ver unas nubecillas que no me hacían gracia pero, vamos, sin ma¬yor importancia. En esto llegó D. Miguel a darme la comunión, que allí mismo me dio. Estaba dando gracias al Señor cuando dio un trueno, empecé a asus¬tarme un poco, cada vez se iba poniendo más oscuro, ya empezó a llover, por allí no había nadie para que me entrara dentro. Yo sentía mucho miedo a la tormenta, al agua o al granizo que ya me caía y al que me podía caer... Pero había comulgado, dentro del miedo que tenía sentía paz y la confianza en El y a esperar lo que Él quisiera. La respuesta no se hizo esperar. Ya llovía bastante, cuando de pronto se abre una ventana del primer piso y la única chica, de las estudiantes, que quedaba ya en casa me dice: hermana, te estás mojando, voy a avisar. .. No tengo palabras para expresar lo que sentí. .. ¡Así es el Corazón de Jesús! El tema que estaba leyendo de la Providencia de Dios se había hecho realidad una vez más en mi vida... Dios Padre cuida de los gorriones y de los lirios del campo... cuida y ama muchísimo más de su hija Juana. Este hecho insignificante, para una persona que puede andar, me ha impresionado, casi me he emocionado dando gracias al Señor por tantas cositas como esta que he experimentado a lo largo de mi vida... y le he dado gracias por su amor hacia mí, porque haya querido ser mi Padre ...
Cuando me caía el agua pensaba en los pastores y hombres del campo, ellos quizá no tendrían una casita para resguardarse de la lluvia, yo tenía, a un metro, una enorme casa, pero me faltaban pies... Distintas formas de pobreza pero de resultados iguales...: un baño.
Siempre es alucinador sentir los efectos de la pobreza y compartir, aun¬que sólo sea por unos minutos, lo que ellos están viviendo a diario.”
No podemos dejar de tener en cuenta que la enfermedad no sólo afectó el cuerpo de Juanita, deformándolo y llagándolo, sino que repercutió en toda su persona. La mayor parte de su vida fue dependiente de los demás, necesitaba que se lo hicieran prácticamente todo y siempre fue consciente de que necesitaba que la cuidaran. Esto, fue para ella como un largo camino por el que a veces caminaba con más facilidad, mientras que en otros momentos se le hacía un camino duro y difícil. Quizá podemos decir que ésta fue la cruz que más le costó abrazar: “Cuando más tarde descubrí o el demonio me hizo ver que yo era un estorbo en la comunidad, fue uno de los peores momentos de mi vida.
Siempre, pero de forma especial cuando planean días de campo, excursiones, ejercicios, vacaciones… etc., para todo el principal obstáculo era y soy yo… Aunque en honor a la verdad tengo que decirte que a mí nunca me han demostrado nada y si alguna se ha tenido que quedar conmigo, lo ha hecho con gusto… creo yo.
Bueno, pues esto es lo que más me ha costado aceptar en toda mi vida. No sabía cómo quitarme del medio para no ser impedimento en nada. Había veces que pensaba; con poco que pudiera andar hubiera anochecido pero no amanecido en la casa me hubiera ido aunque sea bajo un puente. Temía que se me entrara en la cabeza la idea fija de quitarme la vida… porque de todo pensaba… Sin una gracia del Señor muy grande en esos momentos, no sé que hubiera sido capaz de hacer… Han sido experiencias muy fuertes, muy hondas, que no se las deseo a nadie, pero que después de superadas con la gracia de Dios, me han sido muy positivas. Hace falta haber experimentado tu nada, palpado tu pobreza… sentir que estás enfangado en el pecado hasta las orejas, para sentirte salvado por Cristo… para poner tu confianza en sólo Él… Esto me ayuda a mantenerme en humildad y a no atribuirme mérito alguno.
Ahora las cosas siguen siendo igual porque nada ha cambiado y la tentación está siempre al acecho y cuando más descuidada estoy asoma las orejas… Ya he aceptado, me he “tragado” la realidad de que soy un estorbo, un enredo… y en esa condición de “enredo” me ofrezco al Señor, y todo se hace más fácil…”

Juanita tuvo que convivir con esta tentación, pero ciertamente que no se dejó vencer por ella, sino que desde su vida de fe supo dotar de sentido la aparente inutilidad de sus días, de su dolor y de su sufrimiento: “Me encuentro un poco mal en la cama, pero no quiero que me cambien, mientras me pueda aguantar no molestaré a las demás.
Sería bueno que las personas mayores o las enfermas que no podamos dedicarnos al apostolado y dentro de casa nuestro trabajo es ya muy limitado nos dedicásemos al apostolado de la oración y el sufrimiento (...) A cada etapa de la vida hay que sacarle el máximo y ésta me parece una etapa no menos importante que la de nuestra juventud si nos la tomamos con responsabilidad. Yo no puedo salir a catequizar fuera... No puedo hacer casi nada para ayudar a los demás... pero puedo coger un rosario en las manos y tengo un sagrario al que siempre tengo acceso, ahí puedo estar constantemente presentándole al Señor todos aquellos enfermos que yo quisiera visitar... niños que catequizar... jóvenes que sacar del peligro... ancianos a quienes consolar... A mí esto me parece importantísimo porque pienso que por muchas voces que yo dé predicando y por "mucho que me mueva, es Cristo y solamente El, el que salva... Con mi oración y con mi sacrificio puedo alcanzar del Señor esta gracia de conversión y arrepentimiento para los hombres.”

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