La Hna. Juanita a lo largo de toda su vida profesó gran amor, fe y cercanía a la Virgen. Siempre fue su Gran Compañera de camino, su alivio en el sufrimiento, su modelo en el seguimiento de Jesús. Desde los 13 años que se consagra por completo a María, Juanita va renovando su consagración personal el día de la Inmaculada, por eso en sus escritos encontramos diversas consagraciones que ella hace este día. Transcribimos ésta de cuando ella tenía 16 años:
“8-12-53PurísimaMadre Inmaculada: Te consagro en este día mi alma pidiéndote la gracia de ser siempre pura que yo muera antes de ofenderte, también te ofrezco mi cuerpo, si quieres sanarme aquí me tienes si quieres aumentar el dolor aumenta también tu gracia y aquí me tienes, dame paciencia pues a veces está el cáliz hasta el borde.
En los días de dolor, cuanto cuesta una sonrisa, en los días de aburrimiento y pena, cuanto cuesta estar alegres, en los días de desconsuelo, cuanto cuesta aguantar una lágrima y sobre todo ¡Madre Inmaculada! Cuánto me cuesta no haberme ofrecido hoy a ti con un hábito ¡Oh Madre Purísima! todo esto ofrecido a ti, todo se vuelve en alegría y contento, cuanto vale a tus ojos el dolor bien llevado, una alegría o una insignificante sonrisa.
Oh Madre Pura, bendita seas mil veces, tú que lo amargo lo vuelves dulce, lo sobrio lo vuelves sabroso y más dulce que la miel.
Te pido por toda mi familia, por la Congregación y por todos los pecadores.
Échame tu bendición para que desde hoy sea más buena. Tu hija que te ama.
Al principio de caer enferma, tenia siempre sobre su cama en un papel escrita una oración que ella hacía a la Virgen con mucha frecuencia, cuando la curaban siempre estropeaban este papelito o se rompía, hasta que decidió coserlo en una tela y adornarlo dándole forma de estrella para que no se le estropeara más. Dice así: “Soy tuya para siempre; Madre Mía, te doy mi corazón pidiéndote la gracia de que nunca renuncies a ese don. Si acaso en un momento de locura lo llego a demandar, dime que es tuyo para siempre, Madre, y no lo quieras dar. Y si ciega insistiera en mi demanda antes que devolverme el corazón, arráncame la vida. Madre mía pero nunca renuncies a este don.
Mientras se curaba todos los días rezaba las tres partes del rosario junto con su enfermera, siempre con alguna intención particular, por alguien que le había pedido ayuda, por alguna necesidad que ella conocía, o por alguna amistad que estaba un tanto desorientada. Cuántas personas tenemos que dar gracias por esas oraciones de la Hemana Juanita y de su enfermera de los últimos tiempos, la Hermana Balbina. También podemos decir algo de ella, un “alma de Dios” que cuidó a la Hermana Juanita durante más de veinte años, con gran paciencia, amabilidad, profundo respeto y admiración, que no sentía pereza por las veces que tuviera que curarla, y que con una alegría profunda, sincera y llena de paz ayudaba a Juanita a caminar con su cruz. Las dos tenían gran devoción y amor a la Virgen, a “Nuestra Señora”, como a ellas les gustaba nombrar.
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