domingo, 1 de noviembre de 2009

LA ENFERMEDAD


Nuevamente sus palabras nos narran lo sucedido en uno de los momentos más centrales de su historia: "Así estaba de contenta y entusiasmada con todo un mundo por delante lleno de juventud, ilusión y proyectos ... Cuando un día 30 de octubre de 1950, fiesta de S. Alonso Rodríguez, que aquí se celebra mucho, la Madre quiso celebrarlo con un día de campo a una de sus fincas, fuimos todas las religiosas y las niñas. Unas pocas salimos antes andando y donde nos alcanzó el camión nos subimos. Fue un día hermoso, disfrutamos mucho, en el coche rezamos el rosario cuando volvíamos a casa por la noche, dando gracias al Señor por lo bien que lo habíamos pasado. Al día siguiente tenía unas agujetas que no podía subir las escaleras, pero como había tirado piedras a las encinas, creí sería de eso. Así pasé dos o tres días y los dolores en los brazos y piernas eran cada vez más fuertes. El día de los difuntos, 2 de noviembre por la mañana, fuimos a misa a la Parroquia, la Iglesia estaba llena a rebosar. ¡Quien me iba a decir a mí que aquella era la última misa que oía buena! Estaba oyendo misa de difunto sin saber que desde aquel día yo también moría un poco. Adiós aspiraciones religiosas. Adiós negritos a evangelizar. Adiós ilusiones. Adiós cruz de oro. Había pedido una cruz y la tendría... Pero que distinto de lo que yo soñaba. Una vida totalmente nueva empezaba para mí (…) "Aquella noche del 2 de noviembre me acosté para no levantarme mas”.

Le diagnosticaron tifus. Tuvo que trasladarse a la enfermería donde pasó unos días muy malos a causa de la fiebre tan alta. Poco a poco las demás compañeras enfermas fueron sanando, mientras que Juanita iba cada vez peor, tanto es así que tuvieron que cambiarla a una habitación sola y temiendo por su vida le administraron los últimos sacramentos. Las religiosas que la cuidaban se vieron obligadas a avisar a su padre ante la gravedad que presentaba nuestra enferma e incluso prepararon su mortaja: una túnica blanca con fajín azul. Durante más de un mes Juanita se debatía entre la vida y la muerte. Ella misma nos relata lo poco que recuerda de aquella dolorosa etapa de su vida:

"Yo no me daba cuenta de nada, ya que consciente estaba muy pocos ratos, si es que estaba algunos. Una vez si recuerdo cuando volví - no se de dónde - me di cuenta que mi padre y hermanas estaban llorando. Entonces les pregunté: ¿Que pasa? ¿Por qué lloráis?

Hablaba muchos disparates, no coordinaba nada ... "

Poco a poco su situación sin dejar de ser grave empezó a mejorar, aunque por otro lado se empezó a complicar, pues su cuerpo al estar tanto tiempo postrado se empezó a llagar, causándole un terrible sufrimiento hasta el día de su muerte. Sus palabras siempre relativizan ese dolor físico que acompañó su vida: "Empezaron a salirme manchas rojas por el cuerpo y me dió gangrena y me tuvieron que quemar con unas barritas negras las manchas rojas, formándose la herida ... y nada, a partir de ahí, después de treinta añitos, todavía siguen conmigo, después de haber dejado señalado todo mi cuerpo, pies, piernas, rodillas, muslos, ya que de la cintura para abajo toda ha sido alguna vez o varias veces herida, algunas hasta vérseme el hueso ...

Yo empezaba a darme cuenta que tenía enfermedad para toda mi vida. No me fue muy difícil aceptar esto gracias a que estaba entre monjas, que sin duda me ayudaron a ver la voluntad de Dios en mi enfermedad. También el Señor a quien recibía todos los días me dio su fortaleza y su gracia como lo ha hecho conmigo desde que nací, bueno, desde la eternidad pensó en esta insignificante persona.

Pues bien, me entretenía en leer y coser algunas cosillas, mi hermana mayor era la que me atendía en este tiempo. Me empezaron a salir otra vez, además de las heridas que ya tenía, más manchas rojas, avisaron al médico – que ya no me visitaba, me había dejado por imposible – y la cosa venía tan derecha que me dio 15 días de vida; otra vez me dieron la unción de enfermos, ahora si me daba cuenta de lo que estaba pasando, pero me encontraba serena. Mi tía se empeñó en que me hicieran unas fotografías, que no tenía ninguna mía… Y nada, aquí las tienes poniéndome guapa para la foto, me rizaron el pelo, me pusieron un vestido “rameao” y unas sandalias – zapatos no me cabían, tenía los pies muy hinchados – me sentaron en una silla y desde luego quedé hecha un primor… todavía anda por ahí la fotografía. ¡Vaya dibujo! Pasaron los quince días y hasta quince años y aquí me tienes vivita y coleando…”

Los días transcurrieron y a pesar de su gravedad Juanita fue viviendo y adaptándose a su vida de enferma. Ella misma nos cuenta cómo fue organizando su vida: “Empecé a hacer todos los días un rato de meditación, me ayudaba el libro: “El cuarto de hora de oración de Sta. Teresa”, este libro y otro titulado: “Meditaciones de la Virgen” fueron los dos primeros libros que usé... Después vendría el Evangelio y varios más... Todo esto y mis largos ratos de soledad me enseñaron mucho.”

Ya desde este primer período de su enfermedad la Hna. Juanita vivió una intensa vida de oración. Aunque estaba acompañada por las religiosas y otras personas de la casa, disfrutaba de grandes ratos de soledad que ella aprovechaba para sus oraciones y devociones particulares. El Vía crucis seguía siendo una de sus preferidas, Lo expresa con la mayor sencillez y con el sentido del humor que le caracterizaba: “Todo este tiempo fui muy fervorosa, hacía bastante oración sobre todo por la noche, algunas veces noches enteras, cada hora intentaba estar unida a Cristo, en una estación del Vía crucis, si me daba sueño rezaba el rosario de la Virgen en cruz. También me di a la penitencia, dentro de lo que yo podía hacer. Sentía intensos deseos de parecerme cada vez más a Jesús Crucificado e inventaba toda clase de mortificación y privaciones... Ofrecía mis sufrimientos, penas, alegrías y todo cuanto se me podía presentar en la semana a Cristo Víctima en el altar para la salvación de todos los hombres, también por el Papa, la Iglesia, los sacerdotes... Me entusiasmaba y entusiasma- la idea de ser redentora con Cristo. Cristo murió para dar vida a los hombres, yo también debo morir y dar mi vida día a día, poquito a poco por los demás para que conozcan a Cristo, y se salven.” Hice mi voto de castidad en esta ocasión pedí consejo a la M. Mª Jesús, y los renovaba todas las fiestas de la Virgen. Mi habitación era chiquita. Con una ventanita que sólo me permitía ver un trocito de cielo. Pasaba mucho calor en verano y bastante frío en el invierno, pero con la disposición interior que yo tenía de aceptarlo todo con generosidad, no me daba ni cuenta... ¡Ojalá y ahora tuviera esa misma actitud! Por desgracia mientras más vieja más...”

Podemos descubrir por este texto esa vocación apostólica y misionera que acompañó la vida de la Hna. Juanita desde el principio y que siguió sintiendo hasta el final de sus días. Esta vocación colmó de sentido las circunstancias adversas que le tocó vivir, pues todos sus sufrimientos fueron ofrecidos por el bien de los demás. Por eso la Hna. Juanita es hoy para todos nosotros un buen ejemplo de felicidad y plenitud de vida en medio del dolor y la enfermedad. Ella con su vida nos dice que la clave está en poner sentido a todo lo que nos ocurre.

Con el consejo de su director, D. Gaspar Bustos, hizo voto de víctima. “Bajo su consejo y después de verlo despacio, hice voto de víctima un viernes día del Corazón de Jesús, ofreciéndome al Señor para cuanto quisiera de mí. Y te confieso que esto me ha ayudado no poco, a aceptar alegremente las disposiciones del Señor sobre mí… Saber que era toda de él, que estaba en sus manos, que podía hacer conmigo cuanto quisiera… Destruirme o estrecharme en su Corazón. Sin derecho a quejarme, una víctima no se queja… no protesta… En algunas ocasiones después de aceptar con lágrimas en los ojos, alguna situación durilla, casi he “masticado” la presencia de Dios… El me ha dado mucho más de paz… gozo… amor… de lo que me ha pedido de sacrificio…¡Bendito y alabado sea! ¡El no se deja ganar en generosidad! A la hora de pedirme siempre ha medido, a la hora de darme nunca ha llevado cuenta…

Después de la comunión me gustaba estar bastante rato hablando con el Señor y dando gracias, algunos días para terminar leía el Cantar de los Cantares: “Bésame con los besos de tu boca” Bésame… acéptame como soy débil, cobarde, egoísta… Bésame con el beso de tu gracia, amor, perdón misericordia… Bésame, guárdame dentro de tu corazón para no ofenderte, para amarte siempre, para morir por ti…”

En estos años que nos ocupan de la vida de la Hna Juanita vemos que todas las personas que formaban parte de su entorno, no sólo estaban preocupadas de su salud, sino que a toda costa querían que se pusiera buena. Todas rezaban y la encomendaban a los santos, para que estos intercedieran a Dios nuestro Señor por ella. Sin embargo ella vivía las cosas de otro modo y además se daba en ella el efecto contrario, pues siempre empeoraba. Es muy curioso lo que nos cuenta en sus escritos: las hermanas todas querían que me curase, como es natural, y me encomendaron a San Juan de Ávila haciéndole la novena, yo nunca pedí mi curación, al contrario, siempre pedía que aumentara en mí los sufrimientos para parecerme más a Jesús Crucificado y salvar almas. Pues bien, si no terminan las novenas terminan conmigo, me puse para morirme, una fiebres altísimas, las heridas se me abrieron más y me llené de gusanos que me sentía yo andar por el cuerpo… Otra vez que me quedé en las puertas, seguro que tenía mucho más que purificar y me echaron para abajo Otro año trajeron la reliquia de San Ignacio a la casa. Era como una custodia y dentro la reliquia del Santo, también me la llevaron a mi habitación para pasármela por el cuerpo y pedirle mi curación y otra vez yo volví a la misma petición de cruz con Cristo Crucificado. Y es que cuando una vive un poco de cerca clavada en la cruz de Cristo, cuando experimentas alegría en el sufrimiento, no valoras otras cosas, todo acaba, ves el valor relativo de las cosas de este mundo.(...)

Muchas veces he tenido que hablar a personas que me han preguntado si tenía curación y al decirles que no tenía solución me miraban con lástima, no se explicaban cómo podía ser feliz estando enferma”.

Con el paso de los años Juanita empezó a comprender y asumir, como la cosa más normal del mundo que lo suyo no tenía cura, es decir, que lo que le quedara de vida tendría que pasarla en la cama y lo que es peor, con dolores. Sus palabras sencillas que no dejan de tener una chispa de humor nos da cuenta de ello “Somos barro en las manos de Dios Nuestro Padre y puede hacer de nosotros como guste. Como buen alfarero hace toda clase de muñequitos, unos de pie y otros acostados, a mí me ha tocado de los acostados... Nunca he pensado que mi enfermedad fuera fruto o debida a mis pecados, con ser muchos y grandes como tú sabes. Más bien he pensado y pienso, que Dios me ama mucho y todos sus designios sobre mí están pesados y medidos con amor infinito. ¡Qué hubiera sido de mí si no me hubiera ‘amarrado’ Jesús tan fuertemente a su cruz...! Si tan chiquita ya pecaba tanto... Dios mío, gracias por la enfermedad... Por eso una de mis aspiraciones es llegar a recibir todos los acontecimientos de mi vida con el mismo amor que se me dan... No siempre lo consigo”

Durante estos años Juanita siguió viviendo en la misma casa en donde enfermó y como ya decíamos anteriormente, era cuidada por las religiosas Obreras del Corazón de Jesús. Su salud se fue estabilizando, y aunque a temporadas se empeoraba con fiebre alta, había también espacios de tiempo en que estaba mejor.

Vivía con paz y alegría, se sentía feliz y disfrutaba cuando las niñas que residían en la casa la visitaban semanalmente.

Una de sus actividades favoritas era leer, tenía a su alcance una mesita con gran variedad de libros, pero también disfrutaba cantando, “cantaba mucho y siempre estaba contenta. Siempre decía que de saber antes que iba a estar enferma dos cosas hubiera hecho: visitar más al Señor y ponerme muy cerquita de Él en el Sagrario, y jugar, jugar mucho… Eran dos cosas que yo deseaba y que ya nunca podría hacer. Una cosa le pedía siempre al Señor: ser siempre suya no importaba cómo ni donde… Como el Sagrario del noviciado no estaba lejos de mi habitación cantaba alto para que el Señor me oyera… Señor, yo creo, pero aumenta mi fe… Otro canto era el himno eucarístico: ‘Cantemos al amor de los amores’… sobre todo cuando llegaba a ‘Dios está aquí’… y ‘cielos y tierras bendecid al Señor’… Apretaba fuerte como queriendo hacer mía la alabanza de toda la creación…¡Quien iba a pensar que pasado unos años, el Señor me iba a llevar al noviciado e iba a poder estar tan cerquita, tan cerquita que mi cama daría en el altar! ¡Lo que Dios es capaz de hacer cuando se intenta seguirle con sinceridad!

Su vida estaba plenamente llena de sentido. En ese horizonte monótono y rutinario, que era su vida, estaba Jesús crucificado dotando su dolor y sacrificio de sentido y sabor y haciendo el milagro de la felicidad, la realización personal, la alegría, en medio de la enfermedad, la soledad, la dependencia y el dolor físico.

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