domingo, 1 de noviembre de 2009

EN EL COLEGIO

Sus propias palabras nos servirán para imaginar estos momentos de su vida: "Las niñas hacíamos una vida que poco se diferenciaba de las que llevaban las religiosas, así que fue un cambio radical, algo totalmente distinto a lo que vivía en el campo. Los animales, las flores, mis amigos... de nada de eso me volví a acordar, lo que sí recordaba era a mi padre y a mis hermanos pequeños a quién yo tanto quería... Los primeros días lloraba, no quería estar en el colegio. Recuerdo que un día estaba llorando y la Madre que estaba encargada de nosotras le dijo a una niña de las mayores que me sacara de la sala de costura y me distrajera un poco dando un paseo por los patios, entonces aquella niña me llevó a su habitación y me dio muchas estampas que a mí tanto me gustaban, entre ellas un Corazón de Jesús que he conservado hasta hace unos años, que me lo pidió una compañera y ella lo tiene. Siempre he conservado hacia esa estampa un especial cariño. Creo que fue mi primer encuentro con el Señor... ¡El flechazo!... ¡De qué poco se valdría el Señor para irme haciendo toda suya! Un día, años más tarde, recordando todo esto, con la estampa en la mano le escribí alrededor del Corazón de Jesús en llamas: Tú fuiste mi primer amor... La estampa no es nada de bonita y no tiene ningún valor, sólo este recuerdo sentimental... Después me fui acostumbrando al colegio y al poco tiempo me encontraba muy a gusto. Nos llevaban con frecuencia al campo de paseo, cosa que a mí me gustaba mucho”.
Al poco tiempo de llegar al colegio de las Obreras, Juanita ya se había acostumbrado a estar allí, se sentía a gusto e iba aprendiendo de las personas que estaban encargadas de su educación, asumiendo como rasgos de su carácter algunos valores que fomentaban las religiosas. Ella misma nos lo cuenta: “Teníamos una Madre muy buena y siempre nos decía: niñas, sed ordenadas porque el orden conduce a Dios... frase que yo no he olvidado todavía.
Por las experiencias que la Hna. Juanita narra en sus escritos de su tiempo de colegiala, podemos decir de ella que era una niña muy sociable, con capacidad para relacionarse con todas sus compañeras y que al mismo tiempo tenía un alto sentido de la amistad, pues sabía que ser amigas exigía mucho y ella era una persona que no le gustaban las ataduras, por lo que amigas verdaderas, según ella nos dice tuvo pocas: "Todas las niñas eran mis amigas, aunque siempre he sido bastante independiente y amigas íntimas he tenido muy pocas, por no decir ninguna... Siempre las amigas han tenido más confianza conmigo que yo con ellas..., Sin embargo, por este tiempo (su etapa en el colegio) tuve una amiga a quien yo quería mucho y me gustaba estar con ella... Esta chica enfermó y se fue a su casa... Tuve otra amiga con la que intimé algo más, hablábamos de nuestros proyectos de ser religiosas. Ésta era muy primorosa y estaba encargada de hacer cosas para el Señor, a mí me pusieron con ella para ayudarle y a la vez me enseñaba a mi también”.
Como podemos ver en el campo de la amistad como en casi todo, Juanita era una persona exigente consigo misma. A pesar de que aún era pequeña sabía ganarse la confianza de las demás y escuchar sus confidencias, pero sabía que la amistad verdadera va más allá y no es que se cerrara a ella, sino que según ella, nunca llegaba a donde su concepto de amistad la obligaba.
Vamos a seguir recordando los años en que Juanita se encontraba interna en el colegio que las Obreras del Corazón de Jesús tenían en Villanueva de Córdoba. No podemos olvidar que este internado estaba especialmente destinado a las niñas que sentían alguna inquietud a la vida religiosa, por lo que no sólo se les ofrecía formación a nivel humano, sino que también se les iniciaba en algunos aspectos que tenían que ver con la vocación a la vida consagrada¬. Juanita guardaba muy gratos recuerdos de sus años de colegiala, y aunque ella misma se consideraba una persona bastante reservada, llegó a entablar con algunas compañeras relaciones de verdadera amistad. Ella era una persona que sabía disfrutar de las cosas pequeñas, sobre todo si estaban relacionadas con el Señor y por ello se sintió encantada cuando la pusieron para ayudar a la hermana sacristana. “Por este tiempo me dieron el oficio de ayudarle a la Hermana sacristana, cosa que me encantaba, quitar las flores secas, fregar, etc.… Recuerdo que tenía unas ganas locas de perfumar al Señor y la Hermana siempre lo hacía cuando yo no estaba presente, veía el frasquito de esencia en la sacristía pero no me atrevía a llevármelo temiendo que me fueran a reñir. Un día se me ocurrió esta idea: tenía yo un canutero de guardar las agujas y me dije: esta es la mía, vacié las agujas, fui a la sacristía y lo llené de esencia después me fui al altar y... me despaché bien... de esta forma se me cumplió el deseo que tenía de perfumar al Señor. ¡Qué tuno fue el Señor! Por este tiempo me traía loca y sentía una atracción especial hacia el Corazón de Jesús. No sé cómo el Señor me hacía sentir todo esto porque yo seguía en la luna...
Todo lo considero pura gracia del Señor y misericordia suya para conmigo. Todos los jueves por la tarde teníamos el Santísimo Expuesto y aunque yo no era muy consciente de lo que todo aquello significaba, me encantaba estar con el Señor y no se me hacía el rato largo.
En este tiempo fue también cuando la hermana Juanita empezó a sentir una especial predilección por la práctica del Vía Crucis:
Sin duda que la Madre que estaba encargada de nosotras nos debió hablar, no recuerdo, de la devoción al Vía crucis porque yo, sin saber cómo, empecé a sentir una fuerte atracción hacia esta devoción y hacia Jesús Crucificado. Como aquí en la casa había carpintería no era difícil encontrarse maderillas por todas partes, recuerdo que yo me hice de unas tablillas muy bonitas e hice catorce cruces y me las llevé a mi habitación y en un armario chiquito que teníamos las guardaba. Por las mañanas, después de misa no podíamos salir de nuestras habitaciones hasta que no tocaban la campana o el timbre para el desayuno, que solían tardar bastante rato, yo entonces aprovechaba para sacar mis crucecitas y las colocaba encima de la cama, el armario, palanganero, etc... y después, de rodillas rezaba el Vía Crucis con un pequeño devocionario que tenía.
Cuando terminaba guardaba mis cruces y aquí no ha pasado nada. Debió gustarme y entusiasmarme tanto, que sentía un fuerte deseo de ser como Jesús Crucificado, de sufrir sus mismos sufrimientos y angustias... y entonces le pedí que me diera su cruz, sus llagas, sus sufrimientos... Y parece que no se hizo esperar... ¡Bendito sea el Señor que así nos ama!. No comprendía yo entonces las consecuencias que me podía traer después si el Señor aceptaba mi ofrecimiento, ni si iba a ser capaz de beber el cáliz. Pero que bien sabe el Señor hacer las cosas y qué bien me podía haber dicho como a los apóstoles Santiago y Juan, “No saber lo que pides...”
A mí me hacía ilusión ver mis manos y mis pies con las heridas igual que el Señor... Pero imagínate, Miguel, lo que esto hubiera supuesto para mí de gloria vana y peligro de soberbia... (Aunque ahora no es que sea muy humilde que digamos...) Pedía una cruz de oro, con brillo... Y Él en su sabiduría y amor infinito me dio algo mucho mejor, más auténtico; su cruz, la suya, sin brillo, sin pulir, con sus dolores y angustias... soledad y oscuridad... y también, por qué no, con ese grito de angustia – porque ya se terminaron los caramelos de los primeros tiempos - ¡Dios mío, Dios mío! ¿Por qué me has abandonado...? Grito que como el suyo y aunque a veces sea entre lágrimas, quiero que sea rebosante de fe, amor y esperanza en ese Padre, que aunque me hiere, me ama desde siempre y para siempre con amor infinito... ".
De estos años queremos resaltar que ya apuntaban en su personalidad aspectos que serían muy marcantes. Destacamos entre ellos ciertas devociones como los ejercicios del Vía Crucis y la devoción al Corazón de Jesús y a Cristo Crucificado. Muestra de ello es el siguiente texto autobiográfico: "De siempre he sido muy poco expresiva y lo mismo las penas que las alegrías no las he manifestado mucho, pero recuerdo un hecho que me causó una alegría desbordante y quizá una de las ilusiones más grandes de mi vida... Al llegar la fiesta de los Reyes todas las niñas dirigíamos una carta a sus Majestades para pedir lo que deseábamos nos trajeran; toda mi ilusión era tener un crucifijo y se lo dije a los Reyes. Estaba deseando que pasaran los días para ver si mi sueño se hacía realidad... Cuando la noche del día 5 llegué a mi habitación ¡ Que sorpresa! No quería creer lo que estaba viendo... Que contenta cuando cogí el crucifijo ¡era tan grande, tan bonito! Todo lo demás me parecía nada. Hice un cordón y me lo puse al cuello, como los misioneros... estaba loca... y desde luego soñaba despierta... Desde muy pequeña las misiones era algo que llevaba dentro...”
Como vemos en este tiempo vivía con mucha fuerza una gran ilusión por las misiones, por ir a aquellos lugares en los que no se conoce a Cristo. Pero la vida le tenía preparado otro destino bien diferente al que ella soñaba.

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