domingo, 1 de noviembre de 2009

ULTIMOS DIAS DE JUANITA. DIAS DE CRUZ Y MUERTE

La salud de la Hermana Juanita se va deteriorando lentamente. Cuarenta años en una cama, sin poder mover nada más que las manos, con su cuerpo completamente deformado y llagado, son muchos días de sufrimiento intenso, ofreciendo todo en paz y alegría a Cristo el Señor, en quien ella confía plenamente.
Su cuerpo está completamente desecho. Tiene una gran llaga con un diámetro de 20 a 25 centímetros, que se va comiendo las células y le produce grandes hemorragias. Ella misma sentía que se desangraba y notaba que se iba quedando cada vez con menos fuerzas. Cualquier esfuerzo cuando se le mueve para curarla o cambiarla de postura le cuesta la misma vida, los dolores son terribles, ya no hay manera de caer bien en la cama, porque todo le produce un gran sufrimiento. Pero la Hermana Juanita sigue confiando, sigue ofreciendo su sufrimiento, con paz, también con alegría y con el sentido del humor que le caracteriza. Su cara se transforma a veces con tanto sufrimiento, pero ella decía: “esperar un poquito, si ya no puedo más me cambian”. Cuánto esperar en esa vida y siempre le parecía poco el sufrimiento.
A pesar de que su deterioro es muy evidente ella sigue haciendo una vida bastante normal: asiste a los actos comunitarios, lo mismo comida, que rezos, siempre está dispuesta a recibir a quien le visita, sin manifestar lo que lleva dentro, siempre sonriente, siempre complaciente, siempre ocultando su sufrimiento. Toda su existencia marcada por el dolor, pero no por la tristeza, ni la frustración. Hasta el último momento da testimonio de la delicadeza de Dios con ella.
En el mes de marzo de 1990 su situación se hace aún más crítica. El día 30, tras una trasfusión de sangre, entra en un estado de coma profundo en el que está dos días, al tercero se recupera y al contarle que durante esos dos días hemos tenido la Eucaristía en su habitación, con el P. Miguel, pregunta si ha comulgado le decimos que ha recibido, de nuevo, la Santa Unción, y pide la Sagrada Comunión. El día tres y cuatro, tiene una aparente mejoría. La noche del día 4 de abril empeora, pero sin perder la conciencia, sus latidos se hacen cada vez más débiles y a las 10 de la mañana del 5 de abril de 1990, con la misma serenidad con que vivió, en presencia de la comunidad, de algunos familiares y del doctor D. Fernando Ojeda, su médico de cabecera, nos dejó para ir al cielo. Así lo sentía y deseaba ella tal y como lo expresó en la nota que le escribió en estos últimos días a su director espiritual D. Gaspar Bustos, para que se leyera el día de su funeral, preguntándole primero si creía que era prudente hacerlo, dice así: “Os habéis reunido aquí para darme vuestro último adiós y demostrarme una vez más vuestro afecto. Lo primero que os pido es que no lloréis, yo soy muy feliz con Dios Nuestro Padre y con la Santísima Virgen en el cielo.
El motivo de estas letrillas es porque de alguna forma me siento deudora de todos Vd. Los que me co¬nocían más personalmente saben que yo no era muy dada a expresar exteriormente y dar las gracias a los muchos servicios y favores que me hacían, aunque en el fondo lo agradecía muy sinceramente: por eso hoy quiero decirles a todos ¡Gracias, muchas gracias! por vuestro cariño, amistad, por todas las veces que me habéis visitado. Gracias de forma especial a mis her¬manas Obreras del Corazón de Jesús, especialísimas a M. General, a la Hermana Balbina que con tanto ca¬riño y buen humor supo llevar mis impertinencias de siempre, pero sobre todo de estos últimos tiempos.
Gracias a los sacerdotes: D. Gaspar, D. Francisco, P. Miguel, D. Miguel y tantos otros que sería muy largo nombrar. Gracias a D. Fernando Ojeda, D. Francisco Morán por tantas veces como desinteresadamente me visitaron y el interés que tomaban por mi salud. Gracias a mis hermanos y hermanas de sangre a todos mis familiares que a veces les ha supuesto un sacrificio desplazarse hasta aquí...”
Sus restos son sepultados en el cementerio municipal de Villanueva de Córdoba, pero posteriormente han sido trasladados a la Iglesia del Dulce Nombre de Jesús, en la casa donde durante cuarenta años ha cargado con la cruz del sentido de su vida, vivir por Cristo, con Cristo y en Cristo. Esta “Pequeña Violeta” sigue a los pies del Sagrario y perfumando su altar. Personas de todas partes, pasan junto a su tumba para seguir pidiéndole que interceda por ellas ante el Señor, dejan sus flores y su oración, y se van fortalecidos, por la fuerza de esta unión. La Hna. Juanita sigue siendo apóstol también después de morir, por su delicadeza, por su amor a Dios y a los demás.

A.M.D.G

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