domingo, 6 de diciembre de 2009

Adviento


La hermana Juanita nos escribía así el primer domingo de Adviento del año 1985. Con estas palabras nos puede ayudar a vivir nuestro adviento de este año a todos nosotros.


1 Diciembre 85 1º domingo de Adviento

Molestar lo menos posible aunque para mi pueda suponer algún sacrificio. Aceptar en cada momento lo que se vaya presentando con amor, así sencillamente sin buscar grandes cosas, viendo en cada acontecimiento del día la voluntad de Dios, mi Padre, sobre mi vida.

Adviento tiempo de oración y de espera, de preparación para la venida del Señor, venida que se repite constantemente en mi vida, en la eucaristía, en su palabra, en cada persona que se arrima a mi, debo de estar muy alerta a estas venidas del Señor no sea que como en Belén no haya sitio en mi corazón, en mi tiempo… para los demás y por tanto para El, venida definitiva en la hora de la muerte. Mi modelo María… callar, esperar, amar en silencio… saber perder mi tiempo escuchando, preocupándome por todos, lo especial de hoy ha sido tener que aguantar un programa de televisión que no me gustaba, cuando en la otra cadena había una cosa que estaba deseando ver.

domingo, 1 de noviembre de 2009


Esta es la habitación y la cama donde la Hna. Juanita pasó sus años de enfermedad. Se conserva tal y como quedó el día en que pasó de esta vida al gozo pleno con todos los santos.

ULTIMOS DIAS DE JUANITA. DIAS DE CRUZ Y MUERTE

La salud de la Hermana Juanita se va deteriorando lentamente. Cuarenta años en una cama, sin poder mover nada más que las manos, con su cuerpo completamente deformado y llagado, son muchos días de sufrimiento intenso, ofreciendo todo en paz y alegría a Cristo el Señor, en quien ella confía plenamente.
Su cuerpo está completamente desecho. Tiene una gran llaga con un diámetro de 20 a 25 centímetros, que se va comiendo las células y le produce grandes hemorragias. Ella misma sentía que se desangraba y notaba que se iba quedando cada vez con menos fuerzas. Cualquier esfuerzo cuando se le mueve para curarla o cambiarla de postura le cuesta la misma vida, los dolores son terribles, ya no hay manera de caer bien en la cama, porque todo le produce un gran sufrimiento. Pero la Hermana Juanita sigue confiando, sigue ofreciendo su sufrimiento, con paz, también con alegría y con el sentido del humor que le caracteriza. Su cara se transforma a veces con tanto sufrimiento, pero ella decía: “esperar un poquito, si ya no puedo más me cambian”. Cuánto esperar en esa vida y siempre le parecía poco el sufrimiento.
A pesar de que su deterioro es muy evidente ella sigue haciendo una vida bastante normal: asiste a los actos comunitarios, lo mismo comida, que rezos, siempre está dispuesta a recibir a quien le visita, sin manifestar lo que lleva dentro, siempre sonriente, siempre complaciente, siempre ocultando su sufrimiento. Toda su existencia marcada por el dolor, pero no por la tristeza, ni la frustración. Hasta el último momento da testimonio de la delicadeza de Dios con ella.
En el mes de marzo de 1990 su situación se hace aún más crítica. El día 30, tras una trasfusión de sangre, entra en un estado de coma profundo en el que está dos días, al tercero se recupera y al contarle que durante esos dos días hemos tenido la Eucaristía en su habitación, con el P. Miguel, pregunta si ha comulgado le decimos que ha recibido, de nuevo, la Santa Unción, y pide la Sagrada Comunión. El día tres y cuatro, tiene una aparente mejoría. La noche del día 4 de abril empeora, pero sin perder la conciencia, sus latidos se hacen cada vez más débiles y a las 10 de la mañana del 5 de abril de 1990, con la misma serenidad con que vivió, en presencia de la comunidad, de algunos familiares y del doctor D. Fernando Ojeda, su médico de cabecera, nos dejó para ir al cielo. Así lo sentía y deseaba ella tal y como lo expresó en la nota que le escribió en estos últimos días a su director espiritual D. Gaspar Bustos, para que se leyera el día de su funeral, preguntándole primero si creía que era prudente hacerlo, dice así: “Os habéis reunido aquí para darme vuestro último adiós y demostrarme una vez más vuestro afecto. Lo primero que os pido es que no lloréis, yo soy muy feliz con Dios Nuestro Padre y con la Santísima Virgen en el cielo.
El motivo de estas letrillas es porque de alguna forma me siento deudora de todos Vd. Los que me co¬nocían más personalmente saben que yo no era muy dada a expresar exteriormente y dar las gracias a los muchos servicios y favores que me hacían, aunque en el fondo lo agradecía muy sinceramente: por eso hoy quiero decirles a todos ¡Gracias, muchas gracias! por vuestro cariño, amistad, por todas las veces que me habéis visitado. Gracias de forma especial a mis her¬manas Obreras del Corazón de Jesús, especialísimas a M. General, a la Hermana Balbina que con tanto ca¬riño y buen humor supo llevar mis impertinencias de siempre, pero sobre todo de estos últimos tiempos.
Gracias a los sacerdotes: D. Gaspar, D. Francisco, P. Miguel, D. Miguel y tantos otros que sería muy largo nombrar. Gracias a D. Fernando Ojeda, D. Francisco Morán por tantas veces como desinteresadamente me visitaron y el interés que tomaban por mi salud. Gracias a mis hermanos y hermanas de sangre a todos mis familiares que a veces les ha supuesto un sacrificio desplazarse hasta aquí...”
Sus restos son sepultados en el cementerio municipal de Villanueva de Córdoba, pero posteriormente han sido trasladados a la Iglesia del Dulce Nombre de Jesús, en la casa donde durante cuarenta años ha cargado con la cruz del sentido de su vida, vivir por Cristo, con Cristo y en Cristo. Esta “Pequeña Violeta” sigue a los pies del Sagrario y perfumando su altar. Personas de todas partes, pasan junto a su tumba para seguir pidiéndole que interceda por ellas ante el Señor, dejan sus flores y su oración, y se van fortalecidos, por la fuerza de esta unión. La Hna. Juanita sigue siendo apóstol también después de morir, por su delicadeza, por su amor a Dios y a los demás.

A.M.D.G

MARIA MADRE Y MODELO

La Hna. Juanita a lo largo de toda su vida profesó gran amor, fe y cercanía a la Virgen. Siempre fue su Gran Compañera de camino, su alivio en el sufrimiento, su modelo en el seguimiento de Jesús. Desde los 13 años que se consa­gra por completo a María, Juanita va renovando su consagración personal el día de la Inmaculada, por eso en sus escritos encontramos diversas consa­graciones que ella hace este día. Transcribimos ésta de cuando ella tenía 16 años:

8-12-53 Purísima Madre Inmaculada: Te consagro en este día mi alma pidiéndote la gracia de ser siempre pura que yo muera antes de ofenderte, también te ofrezco mi cuerpo, si quieres sanarme aquí me tienes si quieres aumentar el dolor aumenta también tu gracia y aquí me tienes, dame paciencia pues a veces está el cáliz hasta el borde.

En los días de dolor, cuanto cuesta una sonrisa, en los días de aburrimiento y pena, cuanto cuesta estar alegres, en los días de desconsuelo, cuanto cuesta aguantar una lágrima y sobre todo ¡Madre Inmaculada! Cuánto me cuesta no haberme ofrecido hoy a ti con un hábito ¡Oh Madre Purísima! todo esto ofrecido a ti, todo se vuelve en alegría y contento, cuanto vale a tus ojos el dolor bien llevado, una alegría o una insignificante sonrisa.

Oh Madre Pura, bendita seas mil veces, tú que lo amargo lo vuelves dulce, lo sobrio lo vuelves sabroso y más dulce que la miel.

Te pido por toda mi familia, por la Congregación y por todos los pecadores.

Échame tu bendición para que desde hoy sea más buena. Tu hija que te ama.

Al principio de caer enferma, tenia siempre sobre su cama en un papel escrita una oración que ella hacía a la Virgen con mucha frecuencia, cuando la curaban siempre estropeaban este papelito o se rompía, hasta que decidió coserlo en una tela y adornarlo dándole forma de estrella para que no se le estropeara más. Dice así: “Soy tuya para siempre; Madre Mía, te doy mi corazón pidiéndote la gracia de que nunca renuncies a ese don. Si acaso en un momento de locura lo llego a demandar, dime que es tuyo para siempre, Madre, y no lo quieras dar. Y si ciega insistiera en mi demanda antes que devolverme el corazón, arráncame la vida. Madre mía pero nunca renuncies a este don.

Mientras se curaba todos los días rezaba las tres partes del rosario junto con su enfermera, siempre con alguna intención particular, por alguien que le había pedido ayuda, por alguna necesidad que ella conocía, o por alguna amistad que estaba un tanto desorientada. Cuántas personas tenemos que dar gracias por esas oraciones de la Hemana Juanita y de su enfermera de los últimos tiempos, la Hermana Balbina. También podemos decir algo de ella, un “alma de Dios” que cuidó a la Hermana Juanita durante más de veinte años, con gran paciencia, amabilidad, profundo respeto y admiración, que no sentía pereza por las veces que tuviera que curarla, y que con una alegría profunda, sincera y llena de paz ayudaba a Juanita a caminar con su cruz. Las dos tenían gran devoción y amor a la Virgen, a “Nuestra Señora”, como a ellas les gustaba nombrar.

SU ANHELO

"PARA TI SOLO CUENTA EL AMOR QUE PONGAMOS EN LAS COSAS"

Para la Hermana Juanita Jesucristo es simplemente todo: la razón de su vida, la fuerza para esperar, el amigo por quien y con quien acometer las empresas más arduas para gloria de Dios. Es una apasionada por Cristo Redentor. Llamada a reproducir en su interior los sentimientos y sufrimientos del Maestro y a derramar en torno suyo, palabras y gestos que animen, sanen y den vida. Fundamentando su vida en la unión con Cristo en el dolor.
"Hoy no me duele nada y también esto lo ofrezco a Ti Señor ... Ante Ti no cuenta el que suframos o seamos felices, sino el ‘AMOR’ que pongamos a ese sufri¬miento o a esa felicidad ... por eso si sufro mucho y yo trato de aceptar este sufrimiento con el ‘amor que Tú me lo envías’ y darte gracias porque así me quie¬res ... tengo tanto mérito como cuando soy feliz y tam¬bién te lo ofrezco llena de alegría amor ... acción de gracias Para Ti sólo cuenta el AMOR que pongamos en todo ...
Hoy empecé la Hora Santa y como siempre no pude terminar. Señor, vengo a echar este ratito contigo para reparar y desagraviar tantas infideli¬dades y abandono que recibís de todas las criaturas de la tierra. Te ofrezco mi cora¬zón para que sea tu ‘finca de recreo’ donde puedas descansar y ser consola¬do ... y sobre todo donde te sientas muy amado ... Se¬ñor, sabes que el terreno de mi alma está lleno de zarzas, piedras y malas hierbas ... poda, arranca, in¬jerta ... hasta convertirlo en un jardín donde Tú te sien¬tas a gusto".
"Antes para mí lo más grande y que más satisfacción me daba era pensar que yo, por medio de mis sufrimientos estaba cooperando con Cristo en la salvación de los hombres... Me sentía útil... Hoy creo esto también, pero de otra forma; más alegría y paz que por lo que mis dolores puedan aportar a la salvación del mun¬do, me deja la unión que con Él he vivido con ese dolor: Ese identificarme con Él en la cruz... pensar en su amor para conmigo ... Con qué gratitud me da el Señor todo esto. No es el mucho hacer; antes todo era mortificarme en muchas cosas, mucha oración, parecía o yo creía que por todo esto el Señor se me tendría que dar, vaya, que me tendría que pagar mis obras dándose Él... Ahora veo que todo esto le agrada al Señor pero que no lo necesita, soy yo la que en todo momento necesito de Él. Cuando no hago nada, cuando me siento más impotente, cuando a pesar de mis esfuerzos no llego a hacer realidad lo que quiero, cuando casi he llegado a perder la ilusión por la santidad como algo inalcanzable para mí..., entonces vienes tú, Señor, te haces presente, me haces sentir tu calor y tu fuerza, renace en mí la ilusión de quererte, de parecerme más a ti".

VIDA RELIGIOSA

Pero esa rutina y monotonía de la que estaban pintados los días de Juanita, se rompería de pronto sin que ella pudiera ni sospecharlo. Corría el año 1963 “Un día llegó a mi habitación la Madre Vicaria General y me dijo si quería ser religiosa Obrera, le dije que ese era mi deseo desde pequeña, pero que ahora no había dicho nunca nada porque para ser religiosa en esta orden se necesita buena salud y yo… Entonces me dijo que ellas estaban dispuestas a admitirme enferma si yo quería, pidiendo los permisos que hicieran falta. Toda sorprendida, con una agradecimiento muy grande a Dios y a todas las Madres, le dije que por mí encantada… Después de este momento todo fue volar. Aproveché una visita del Sr. Obispo de Córdoba a Villanueva, para hablar con él y pedirle la admisión en la orden. El Sr. Obispo estuvo la mar de cariñoso y amable, seguro que él había hablado ya con la Madre General. Me dijo que sí, me habló de que mi labor en el Instituto sería pedir y ofrecerme por las demás hermanas y por el mundo.
Empezaron a preparar las cosas, yo no salía de mi asombro, no sé si tenía pena o alegría, lo que sí tenía era un miedo tremendo… Todo desconocido para mí… ¡Dios mío, cómo me iría! Para mi entrada fijaron el día 29 de septiembre de 1963 fiesta de San Miguel. La víspera por la tarde, las novicias, que al día siguiente, serían mis compañeras, fueron de paseo al campo y al volver quisieron llegar a verme, no pudo ser, tenía una fiebre exagerada… A mí dentro de que estaba muy contenta, se me juntaba el cielo con la tierra… Después de una larga noche sin dormir amaneció el día 29; de mi familia estaban todos menos mi hermana Pilar. Me pusieron un velito blanco y una capita negra con una medalla del Corazón de María al cuello, pendiente de un cordoncito. La Eucaristía muy hermosa, todavía recuerdo la homilía… Por la noche, cuando me vi sola en el despacho de la Madre maestra, que era mi dormitorio. No sabía si llorar o reír… si dar gracias a Dios o arrepentirme del paso que había dado. Recordaba mi cuartito donde tantos años había estado y en el que tan a gusto me encontraba, aunque había tenido días de todos, buenos y no tan buenos, había reído y llorado mucho, por eso quizá me sentía más apegada a él…”. Después de unos meses como postulante ingresó en el noviciado, tiempo que ella siempre recordó de forma especial: “…Tomé el hábito el día 19 de Marzo de 1964. Así empecé mi noviciado que recuerdo como el tiempo peor de mi vida. Yo era peor que un gato salvaje (...) y hasta que me adapté a vivir en comunidad sufrí un verdadero martirio y di que sufrir a la buena de mi enfermera, que no sabía qué hacerme ni cómo actuar conmigo, pues durante los dos años de noviciado lloré más que Jeremías, tanto que yo creía que me iba a quedar llorando para siempre… Las postulantes, excepto algunas cosillas teníamos el mismo reglamento que las novicias. Entre otras cosas, recuerdo dos que me costaban enormemente. Teníamos que dar una clase de catecismo a las compañeras en una sala y explicar el Evangelio los domingos en el comedor. La clase de catecismo, aunque temblaba, no se me daba mal, pero el evangelio… me tiraba llorando un mes antes de que me correspondiera. Para mí la entrada en el comedor ese día me producía verdadero pánico… No nací para predicadora… Recuerdo que en el comedor había un cuadrito del “Ecce Homo” (no sé si estará bien escrito) que cuantas veces miraría pidiendo me ayudase y diera fortaleza. Otro cuadro de Jesús en la oración del Huerto había en la sala de costura que también una simple mirada me hacía seguir adelante y ofrecerlo todo a Él que sufrió mucho más por mí. No todo fue negativo, hubo cosas muy buenas, aprendí a conocer más a Jesús, podía estar muy cerquita de Él en la capilla, con las compañeras pasé muy buenos ratos ya que eran todas la mar de “apañás”. La M. Maestra me quería mucho yo también a ella, y que tenía toda la confianza conmigo... sin punto de comparación, muchísimo más que yo con ella... que casi todo se lo tenía que dar por escrito y con pocas palabras, era la única forma de que supiera algo de mí... ¡ay! ¡la confianza en mi vida! Siempre luchando por corregir mi carácter poco comunicativo y aquí estoy, sin apenas dar el primer paso.
Indudablemente, la pertenencia a una Congregación religiosa marcó en ella un antes y un después y aunque muchas cosas siguieron siendo para ella iguales, su vida dio un gran giro. Podemos imaginar que le costara un poco adaptarse a esa nueva vida ya que ella había aprendido a estar sola, a amar la soledad y a servirse de ella para encontrarse con el Señor y orar. Ella era dueña de su tiempo y lo organizaba a su gusto, sin embargo, al ingresar en la vida religiosa otras personas disponían el horario y los actos comunitarios y formativos ocupaban buena parte del día.
Su vida, como la de cualquier novicia estaba llena de sus luces y sus sombras, porque en resumidas cuentas así es la vida de cualquier ser humano, su vida de fe y su incansable tendencia a dotar de sentido sus experiencias ponían una luz especial a esa vida, que es ejemplar en su discreción.
Al ser estos unos años dedicados especialmente a su formación, su vida está más regulada y acompañada por la persona responsable de esa formación. Su relación con la autoridad siempre fue respetuosa y correcta. Pero su exigencia personal siempre le causaba la sensación de quedarse corta, de tener muchos defectos que reparar y tener mucho que mejorar, también en este ámbito de las relaciones humanas.
Ella se considera excesivamente tímida, con dificultades en la comunicación interpersonal y poco dada a contar sus intimidades.
Estos primeros años le obligaron ciertamente a tener que ser más abierta, a relacionarse y comunicarse más. Fueron años llenos de muchas vivencias diversas que le ayudaron en su crecimiento espiritual y en su madurez personal. Entre esas experiencias ella resalta el trato personal con Jesús y la relación con sus compañeras y formadora.
Es cierto que también tuvo que luchar mucho con su timidez, sus dificultades para la comunicación y el miedo que sentía a determinadas cosas como las tormentas.
La vida religiosa le pedía superación y ella con frecuencia se resistía, pero dentro de todo era bien consciente de sus debilidades y luchaba por ir dando pasos para crecer en confianza. Sus propias palabras dan cuenta de todo esto: “Bueno te podía seguir contando más cosas pero creo que con esto basta para hacerte una idea de lo que fue mi noviciado y este tiempo que recordaré siempre con simpatía, cariño y también con una angustia que no me puedo explicar…”
Las experiencias de Juanita en sus primeros años de vida religiosa, y más concretamente en su etapa de noviciado, etapa que estuvo llena de alegrías y riquezas y también de una profunda lucha interior contra sus propias tendencias. En este sentido vuelve Juanita a sentir que su carácter reservado no le ayuda en esa comunicación necesaria en los procesos de formación y en la vida misma. Su timidez la acompañó hasta el final de sus días sin que nunca pudiera superarla del todo. En este sentido le hacía sufrir de forma especial por las dificultades que pasaba en la comunicación con sus superiores, a quienes quería, pero con quienes le costaba abrirse. Todo esto le creaba una especio de tensión interior muy fuerte, de la que necesitaba descargarse: “Algunos días la Madre Maestra me llevaba al patio cosa que a mí me gustaba mucho… el silencio, la soledad, observar los pájaros, bichitos, flores… Todo esto me llenaba el corazón de alegría… de alabanza a Dios, de acción de gracias… Mi espíritu se fortalecía, todo sacrificio me parecía costar menos… y mi pobre cuerpo también pillaba algo pues volvía más relajada y dispuesta a la lucha… Buen sedante para los nervios.”
Estos años suponen para Juanita un verdadero encuentro con ella misma y con lo que ella es en relación con los demás. Hasta hace unos años su vida era más que nada soledad, desde su ingreso en la vida religiosa, la vida común es lo habitual. Ese cambio le afectó, pero supo ir viviendo todo desde la luz de la fe, y desde su íntima unión con el Señor.
Llegó el momento de realizar sus votos de pobreza, castidad y obediencia. Los hizo en la festividad de S. José, 19 de Marzo de 1966 y de ese día nos dice ella misma: “Del día de mi profesión poco puedo contar ya que no significó mucho para mí pues el ofrecimiento estaba ya hecho…”
Ciertamente es así, su entrega al Señor ya estaba hecha y en ello no supuso ningún cambio, pero su vida si cambiaría al pasar a una comunidad y abandonar el ambiente del noviciado.
Llegado el momento en que pronuncia sus votos y por tanto deja la vida del noviciado, pasó a formar parte de la comunidad que las religiosas Obreras tenían en Villanueva de Córdoba, es decir, que aunque su vida cambiara en algunas cosas, siguió en el mismo lugar y ambiente donde se enfermó y vivió sus primeros años de vida religiosa. Sus palabras pueden muy bien servimos para hacemos una idea de lo que era su vida como religiosa Obrera: "Cuando se llevaron el noviciado a Córdoba me quedé en la comunidad, aquí donde me conociste tú. Me adapté pronto a mi nueva vida de profesa.
Durante algún tiempo mi oficio fue coser babis de las niñas, también ayudaba a la hermana encargada de las labores, todos estos pequeños trabajitos los alternaba con largos ratos de oración, bueno, oración no sé... Me parece que nunca he sido capaz de hacer oración, sólo he intentado hacerla ...
Intentaba también llevar una vida mortificada además de los sacrificios inevitables impuestos por la enfermedad, me gustaba hacer otros libremente escogidos para demostrarle al Señor (por decirlo de alguna forma) que estaba conforme con lo que Él ya me invitaba y además sería absurdo, sino porque quería parecerme, aún físicamente, a Cristo Crucificado, que nos dice Isaías que no tenía figura de persona ... Si Él quería que mi vida fuera de continua inmolación y permanente holocausto, la mejor forma de hacer su voluntad sería parecerme lo más posible a Él física y espiritualmente… Por la noche rezaba en cruz hasta que me dolían los brazos, en fin, todo era poco para ofrecer al Señor.”
Después de su profesión religiosa la vida de Juanita siguió entre actividades que estaban dentro de su alcance y sus prolongados ratos de oración. Su situación física no la apartaba de la vida comunitaria asistiendo a los actos comunitarios: oraciones, comida, recreación, reuniones formativas, etc. Siempre fue un miembro activo y responsable de la comunidad que aportaba su parecer y opinión en las cuestiones que se iban presentando. Aunque siempre le costó, poco a poco fue haciéndose una persona con una vida social mayor.
Nunca descuidó su formación pues dedicaba mucho tiempo a la lectura. Le interesaban temas muy variados, pero uno de los que le hacían disfrutar más eran los referidos a la misión y a la vida de los misioneros en países de África y América. Este interés la llevaba a dialogar con los misioneros que por diferentes motivos pasaban anualmente por la comunidad y poco a poco se fue haciendo con un buen grupo de amigos con los que mantenía una correspondencia bastante asidua.
También otras personas que visitaban la comunidad se sentían atraídas por su peculiar manera de ser y con frecuencia le planteaban situaciones personales para que ella les orientara y les diera consejo. Todo esto no ocurrió de golpe, es decir, que sus primeros años de vida transcurrieron con tranquilidad y sin muchos contactos con el mundo exterior. Pero lo cierto es que de ser una persona poco comunicativa pasó a ser una mujer con bastante correspondencia y comunicación con personas ajenas a su ambiente habitual.
Es muy curioso también que, a pesar de su gran limitación que le impedía poderse dedicar al apostolado, rasgo característico de la Congregación a la que pertenecía, nunca se sintió incómoda o frustrada, pues llevaba dentro de sí ese afán de dar a conocer a Jesús y sabía hacer suya todas las actividades apostólicas que se realizaban e incluso animaba con gran espíritu a la hora de la misión. Exigente, austera, sacrificada con ella misma, nada más. Pero capaz de transmitir esa ilusión de la Gloria de Dios a todas las personas que se acercaban a ella, de la forma más sencilla y simple sin discursos, pero sabia llegar.
Fue una mujer con un marcado espíritu misionero y como tal, lo mostraba y ponía de manifiesto en su trato con Dios y con las personas. Era algo que le brotaba espontáneo. Sus conversaciones, su oración, su correspondencia, la intención que ponía en sus tareas, sus privaciones personales e incluso el destino de sus ahorrillos, ponían en evidencia el gran interés que tenía por las misiones. Decía así: “Llamó a los que él quiso y vinieron donde él. Ir donde él… salir de donde estamos… Para que estuvieran con él... "Enviarlos a pre¬dicar... Y vosotros ¿quien decís que soy yo? ... Tenemos que ir descubriendo a Jesús.
Dejar al Señor que tome la iniciativa en nuestras vidas. Gracias, Dios mío por el don de la fe ... Me siento feliz de poder cooperar a la extensión del Reino de Cristo en el mundo, todos mis sufrimientos, penas y alegrías las ofrezco al Señor para que todos estos millones de hombres conozcan a Cristo y le amen. Para que envíe vocaciones misioneras a su Iglesia”.
Este espíritu misionero lo inculcaba en los grupos de catequesis que tenía tanto con las niñas de la Escuela Hogar como de la catequesis parroquial, o algunos que por alguna circunstancia necesitaban una atención especial y acudían a la Hermana Juanita para que les preparase para la Primera Comunión. ¡Como disfrutaban estos niños y niñas alrededor de su cama escuchando y dialogando sobre Jesús! Ella sabía darles todo: la formación necesaria, el despertar su amor a Jesús, su amistad y atención personal a cada uno. Cuantos de mayores recuerdan estas catequesis con particular cariño.
También personas mayores, buscaban en ella una dirección espiritual y un consejo que les ayudara a orientar su vida, saben de su paciencia, de su tolerancia, de su capacidad de escucha, de su atención, amor y respeto.
Con los jóvenes tenía una gran sintonía, se preocupaba por sus diversiones y comprendía sus anhelos e inquietudes. Se muestra alegre y cordial. Los escucha con atención total, dialoga con ellos y muy jovialmente los aconseja siempre con una palabra de aliento y sabiduría.
Y todo ello porque edifica su vida desde la experiencia del amor de Dios: “No sé qué decirte ni pedir¬te... sólo quiero estar contigo, ser tuya, no pensar en nada ni en nadie, sólo en ti, que mi vida toda sea para amarte... a ti que tanto me quieres, que me has amado primero, que tantas gracias me das sin yo merecerlas y que des¬pués no sé usar de ellas como debo.
Ayúdame, Señor para que en el día de hoy no te ofenda... esté pendien¬te de lo que tú quieras de mí... amándote mucho, que to¬dos mis pensa¬mientos sean para ti... Hoy quiero vivir muy unida a ti ofreciéndote todo lo que desagradable se me pre¬sente, en silencio y con mucho amor, por el Papa, la Iglesia, los misione¬ros, por todas las perso¬nas consagradas de for¬ma especial a ti, a tu servicio, a sus hermanos los hombres ... "
La Hermana Juanita amaba su vocación de Obrera y vibraba con el espíritu de sus Fundadores. La enfermedad no la centró en ella misma, ni la dejó al margen de nada, supo vivir con integridad y animar a las demás a vivir la espiritualidad del Corazón de Jesús que identifica a su Congregación: “Las que conocimos a nuestros fundado¬res sabemos que fueron dos grandes ena¬morados del Corazón de Jesús. Dos almas gemelas que sintieron muy dentro de sí la queja de Jesús en el Evangelio: "mucha es la mies y pocos los obreros" y quisieron hacerla suya lanzándose a evangelizar por pueblos cortijadas y aldeas. Pero estos corazones inquietos entusiastas y rebosantes de celo, sabían que ellos un día no podrían, se sentían limitados y vieron la necesidad de perpetuarse en sus hijas, de¬jándonos -a las Obreras del Corazón de Je¬sús- la grave responsabilidad de llevar a cabo lo que ellos comenzaron (…)
Es posible Hermanas que aún no haya¬mos caído en la cuenta de esta capacidad de darlo todo, de no reservarse nada ... Para M. Fundadora sería incomprensible que nosotras, al considerar esta entrega del Señor siguiéramos con nuestros egoísmos y no nos sintiéramos movidas a correspon¬derle con la misma generosidad de darlo todo, de amarle como El nos amó, de lanzarnos, cada una según las circunstancias, a ser verdaderos apóstoles del corazón de Jesús para que todos los hombres le conoz¬can y le amen (…) Debemos ser almas reparadoras, ofre-ciendo al Señor todo lo desagradable que se nos pueda presentar, dificultades, trabajitos de cada día y todo aquello que nos molesta o nos pone los nervios de punta ... también nuestras alegrías y satisfacciones, en repa¬ración de los pecados propios y ajenos.”
Las hermanas de la Congregación sentían su cariño y su amistad. Ella hacía que todas se pudieran sentir queridas y apreciadas de forma muy especial.
Siempre respetuosa con sus superiores, atenta y cariñosa con todas las hermanas, viendo la forma de poder ayudar en los trabajos comunitarios y personales de costura, procurando mejor formación a las que necesitaban más. Sirviendo según sus posibilidades, que a pesar de sus limitaciones, físicas eran muchas.
Era una persona delicada y estaba siempre muy atenta a las necesidades y detalles con cada una de las hermanas, pero a la vez tenía los ojos abiertos a la realidad, era consciente de las imperfecciones y límites de quienes la rodeaban y aunque eso, en ocasiones la hiciera sufrir, ella intentaba vivirlo e integrarlo desde una experiencia profunda de fe y tomarlo con el sentido del humor que le caracterizaba. La siguiente situación que ella nos narra da muestras de ello: “El Corazón de Jesús siempre conmigo: Hoy ha sido un detalle que me ha impresionado muchísimo... No sé por qué, porque ya es hora de que yo vaya sabiendo que Él es así. Estaba el día bastante soleado, sin nada de nubes y me sacaron a coser al patio, tenía enci¬ma de mi cama una revista y me puse a leer unas catequesis que está dando el Papa sobre la "Providencia de Dios". Empecé a ver unas nubecillas que no me hacían gracia pero, vamos, sin ma¬yor importancia. En esto llegó D. Miguel a darme la comunión, que allí mismo me dio. Estaba dando gracias al Señor cuando dio un trueno, empecé a asus¬tarme un poco, cada vez se iba poniendo más oscuro, ya empezó a llover, por allí no había nadie para que me entrara dentro. Yo sentía mucho miedo a la tormenta, al agua o al granizo que ya me caía y al que me podía caer... Pero había comulgado, dentro del miedo que tenía sentía paz y la confianza en El y a esperar lo que Él quisiera. La respuesta no se hizo esperar. Ya llovía bastante, cuando de pronto se abre una ventana del primer piso y la única chica, de las estudiantes, que quedaba ya en casa me dice: hermana, te estás mojando, voy a avisar. .. No tengo palabras para expresar lo que sentí. .. ¡Así es el Corazón de Jesús! El tema que estaba leyendo de la Providencia de Dios se había hecho realidad una vez más en mi vida... Dios Padre cuida de los gorriones y de los lirios del campo... cuida y ama muchísimo más de su hija Juana. Este hecho insignificante, para una persona que puede andar, me ha impresionado, casi me he emocionado dando gracias al Señor por tantas cositas como esta que he experimentado a lo largo de mi vida... y le he dado gracias por su amor hacia mí, porque haya querido ser mi Padre ...
Cuando me caía el agua pensaba en los pastores y hombres del campo, ellos quizá no tendrían una casita para resguardarse de la lluvia, yo tenía, a un metro, una enorme casa, pero me faltaban pies... Distintas formas de pobreza pero de resultados iguales...: un baño.
Siempre es alucinador sentir los efectos de la pobreza y compartir, aun¬que sólo sea por unos minutos, lo que ellos están viviendo a diario.”
No podemos dejar de tener en cuenta que la enfermedad no sólo afectó el cuerpo de Juanita, deformándolo y llagándolo, sino que repercutió en toda su persona. La mayor parte de su vida fue dependiente de los demás, necesitaba que se lo hicieran prácticamente todo y siempre fue consciente de que necesitaba que la cuidaran. Esto, fue para ella como un largo camino por el que a veces caminaba con más facilidad, mientras que en otros momentos se le hacía un camino duro y difícil. Quizá podemos decir que ésta fue la cruz que más le costó abrazar: “Cuando más tarde descubrí o el demonio me hizo ver que yo era un estorbo en la comunidad, fue uno de los peores momentos de mi vida.
Siempre, pero de forma especial cuando planean días de campo, excursiones, ejercicios, vacaciones… etc., para todo el principal obstáculo era y soy yo… Aunque en honor a la verdad tengo que decirte que a mí nunca me han demostrado nada y si alguna se ha tenido que quedar conmigo, lo ha hecho con gusto… creo yo.
Bueno, pues esto es lo que más me ha costado aceptar en toda mi vida. No sabía cómo quitarme del medio para no ser impedimento en nada. Había veces que pensaba; con poco que pudiera andar hubiera anochecido pero no amanecido en la casa me hubiera ido aunque sea bajo un puente. Temía que se me entrara en la cabeza la idea fija de quitarme la vida… porque de todo pensaba… Sin una gracia del Señor muy grande en esos momentos, no sé que hubiera sido capaz de hacer… Han sido experiencias muy fuertes, muy hondas, que no se las deseo a nadie, pero que después de superadas con la gracia de Dios, me han sido muy positivas. Hace falta haber experimentado tu nada, palpado tu pobreza… sentir que estás enfangado en el pecado hasta las orejas, para sentirte salvado por Cristo… para poner tu confianza en sólo Él… Esto me ayuda a mantenerme en humildad y a no atribuirme mérito alguno.
Ahora las cosas siguen siendo igual porque nada ha cambiado y la tentación está siempre al acecho y cuando más descuidada estoy asoma las orejas… Ya he aceptado, me he “tragado” la realidad de que soy un estorbo, un enredo… y en esa condición de “enredo” me ofrezco al Señor, y todo se hace más fácil…”

Juanita tuvo que convivir con esta tentación, pero ciertamente que no se dejó vencer por ella, sino que desde su vida de fe supo dotar de sentido la aparente inutilidad de sus días, de su dolor y de su sufrimiento: “Me encuentro un poco mal en la cama, pero no quiero que me cambien, mientras me pueda aguantar no molestaré a las demás.
Sería bueno que las personas mayores o las enfermas que no podamos dedicarnos al apostolado y dentro de casa nuestro trabajo es ya muy limitado nos dedicásemos al apostolado de la oración y el sufrimiento (...) A cada etapa de la vida hay que sacarle el máximo y ésta me parece una etapa no menos importante que la de nuestra juventud si nos la tomamos con responsabilidad. Yo no puedo salir a catequizar fuera... No puedo hacer casi nada para ayudar a los demás... pero puedo coger un rosario en las manos y tengo un sagrario al que siempre tengo acceso, ahí puedo estar constantemente presentándole al Señor todos aquellos enfermos que yo quisiera visitar... niños que catequizar... jóvenes que sacar del peligro... ancianos a quienes consolar... A mí esto me parece importantísimo porque pienso que por muchas voces que yo dé predicando y por "mucho que me mueva, es Cristo y solamente El, el que salva... Con mi oración y con mi sacrificio puedo alcanzar del Señor esta gracia de conversión y arrepentimiento para los hombres.”

LA ENFERMEDAD


Nuevamente sus palabras nos narran lo sucedido en uno de los momentos más centrales de su historia: "Así estaba de contenta y entusiasmada con todo un mundo por delante lleno de juventud, ilusión y proyectos ... Cuando un día 30 de octubre de 1950, fiesta de S. Alonso Rodríguez, que aquí se celebra mucho, la Madre quiso celebrarlo con un día de campo a una de sus fincas, fuimos todas las religiosas y las niñas. Unas pocas salimos antes andando y donde nos alcanzó el camión nos subimos. Fue un día hermoso, disfrutamos mucho, en el coche rezamos el rosario cuando volvíamos a casa por la noche, dando gracias al Señor por lo bien que lo habíamos pasado. Al día siguiente tenía unas agujetas que no podía subir las escaleras, pero como había tirado piedras a las encinas, creí sería de eso. Así pasé dos o tres días y los dolores en los brazos y piernas eran cada vez más fuertes. El día de los difuntos, 2 de noviembre por la mañana, fuimos a misa a la Parroquia, la Iglesia estaba llena a rebosar. ¡Quien me iba a decir a mí que aquella era la última misa que oía buena! Estaba oyendo misa de difunto sin saber que desde aquel día yo también moría un poco. Adiós aspiraciones religiosas. Adiós negritos a evangelizar. Adiós ilusiones. Adiós cruz de oro. Había pedido una cruz y la tendría... Pero que distinto de lo que yo soñaba. Una vida totalmente nueva empezaba para mí (…) "Aquella noche del 2 de noviembre me acosté para no levantarme mas”.

Le diagnosticaron tifus. Tuvo que trasladarse a la enfermería donde pasó unos días muy malos a causa de la fiebre tan alta. Poco a poco las demás compañeras enfermas fueron sanando, mientras que Juanita iba cada vez peor, tanto es así que tuvieron que cambiarla a una habitación sola y temiendo por su vida le administraron los últimos sacramentos. Las religiosas que la cuidaban se vieron obligadas a avisar a su padre ante la gravedad que presentaba nuestra enferma e incluso prepararon su mortaja: una túnica blanca con fajín azul. Durante más de un mes Juanita se debatía entre la vida y la muerte. Ella misma nos relata lo poco que recuerda de aquella dolorosa etapa de su vida:

"Yo no me daba cuenta de nada, ya que consciente estaba muy pocos ratos, si es que estaba algunos. Una vez si recuerdo cuando volví - no se de dónde - me di cuenta que mi padre y hermanas estaban llorando. Entonces les pregunté: ¿Que pasa? ¿Por qué lloráis?

Hablaba muchos disparates, no coordinaba nada ... "

Poco a poco su situación sin dejar de ser grave empezó a mejorar, aunque por otro lado se empezó a complicar, pues su cuerpo al estar tanto tiempo postrado se empezó a llagar, causándole un terrible sufrimiento hasta el día de su muerte. Sus palabras siempre relativizan ese dolor físico que acompañó su vida: "Empezaron a salirme manchas rojas por el cuerpo y me dió gangrena y me tuvieron que quemar con unas barritas negras las manchas rojas, formándose la herida ... y nada, a partir de ahí, después de treinta añitos, todavía siguen conmigo, después de haber dejado señalado todo mi cuerpo, pies, piernas, rodillas, muslos, ya que de la cintura para abajo toda ha sido alguna vez o varias veces herida, algunas hasta vérseme el hueso ...

Yo empezaba a darme cuenta que tenía enfermedad para toda mi vida. No me fue muy difícil aceptar esto gracias a que estaba entre monjas, que sin duda me ayudaron a ver la voluntad de Dios en mi enfermedad. También el Señor a quien recibía todos los días me dio su fortaleza y su gracia como lo ha hecho conmigo desde que nací, bueno, desde la eternidad pensó en esta insignificante persona.

Pues bien, me entretenía en leer y coser algunas cosillas, mi hermana mayor era la que me atendía en este tiempo. Me empezaron a salir otra vez, además de las heridas que ya tenía, más manchas rojas, avisaron al médico – que ya no me visitaba, me había dejado por imposible – y la cosa venía tan derecha que me dio 15 días de vida; otra vez me dieron la unción de enfermos, ahora si me daba cuenta de lo que estaba pasando, pero me encontraba serena. Mi tía se empeñó en que me hicieran unas fotografías, que no tenía ninguna mía… Y nada, aquí las tienes poniéndome guapa para la foto, me rizaron el pelo, me pusieron un vestido “rameao” y unas sandalias – zapatos no me cabían, tenía los pies muy hinchados – me sentaron en una silla y desde luego quedé hecha un primor… todavía anda por ahí la fotografía. ¡Vaya dibujo! Pasaron los quince días y hasta quince años y aquí me tienes vivita y coleando…”

Los días transcurrieron y a pesar de su gravedad Juanita fue viviendo y adaptándose a su vida de enferma. Ella misma nos cuenta cómo fue organizando su vida: “Empecé a hacer todos los días un rato de meditación, me ayudaba el libro: “El cuarto de hora de oración de Sta. Teresa”, este libro y otro titulado: “Meditaciones de la Virgen” fueron los dos primeros libros que usé... Después vendría el Evangelio y varios más... Todo esto y mis largos ratos de soledad me enseñaron mucho.”

Ya desde este primer período de su enfermedad la Hna. Juanita vivió una intensa vida de oración. Aunque estaba acompañada por las religiosas y otras personas de la casa, disfrutaba de grandes ratos de soledad que ella aprovechaba para sus oraciones y devociones particulares. El Vía crucis seguía siendo una de sus preferidas, Lo expresa con la mayor sencillez y con el sentido del humor que le caracterizaba: “Todo este tiempo fui muy fervorosa, hacía bastante oración sobre todo por la noche, algunas veces noches enteras, cada hora intentaba estar unida a Cristo, en una estación del Vía crucis, si me daba sueño rezaba el rosario de la Virgen en cruz. También me di a la penitencia, dentro de lo que yo podía hacer. Sentía intensos deseos de parecerme cada vez más a Jesús Crucificado e inventaba toda clase de mortificación y privaciones... Ofrecía mis sufrimientos, penas, alegrías y todo cuanto se me podía presentar en la semana a Cristo Víctima en el altar para la salvación de todos los hombres, también por el Papa, la Iglesia, los sacerdotes... Me entusiasmaba y entusiasma- la idea de ser redentora con Cristo. Cristo murió para dar vida a los hombres, yo también debo morir y dar mi vida día a día, poquito a poco por los demás para que conozcan a Cristo, y se salven.” Hice mi voto de castidad en esta ocasión pedí consejo a la M. Mª Jesús, y los renovaba todas las fiestas de la Virgen. Mi habitación era chiquita. Con una ventanita que sólo me permitía ver un trocito de cielo. Pasaba mucho calor en verano y bastante frío en el invierno, pero con la disposición interior que yo tenía de aceptarlo todo con generosidad, no me daba ni cuenta... ¡Ojalá y ahora tuviera esa misma actitud! Por desgracia mientras más vieja más...”

Podemos descubrir por este texto esa vocación apostólica y misionera que acompañó la vida de la Hna. Juanita desde el principio y que siguió sintiendo hasta el final de sus días. Esta vocación colmó de sentido las circunstancias adversas que le tocó vivir, pues todos sus sufrimientos fueron ofrecidos por el bien de los demás. Por eso la Hna. Juanita es hoy para todos nosotros un buen ejemplo de felicidad y plenitud de vida en medio del dolor y la enfermedad. Ella con su vida nos dice que la clave está en poner sentido a todo lo que nos ocurre.

Con el consejo de su director, D. Gaspar Bustos, hizo voto de víctima. “Bajo su consejo y después de verlo despacio, hice voto de víctima un viernes día del Corazón de Jesús, ofreciéndome al Señor para cuanto quisiera de mí. Y te confieso que esto me ha ayudado no poco, a aceptar alegremente las disposiciones del Señor sobre mí… Saber que era toda de él, que estaba en sus manos, que podía hacer conmigo cuanto quisiera… Destruirme o estrecharme en su Corazón. Sin derecho a quejarme, una víctima no se queja… no protesta… En algunas ocasiones después de aceptar con lágrimas en los ojos, alguna situación durilla, casi he “masticado” la presencia de Dios… El me ha dado mucho más de paz… gozo… amor… de lo que me ha pedido de sacrificio…¡Bendito y alabado sea! ¡El no se deja ganar en generosidad! A la hora de pedirme siempre ha medido, a la hora de darme nunca ha llevado cuenta…

Después de la comunión me gustaba estar bastante rato hablando con el Señor y dando gracias, algunos días para terminar leía el Cantar de los Cantares: “Bésame con los besos de tu boca” Bésame… acéptame como soy débil, cobarde, egoísta… Bésame con el beso de tu gracia, amor, perdón misericordia… Bésame, guárdame dentro de tu corazón para no ofenderte, para amarte siempre, para morir por ti…”

En estos años que nos ocupan de la vida de la Hna Juanita vemos que todas las personas que formaban parte de su entorno, no sólo estaban preocupadas de su salud, sino que a toda costa querían que se pusiera buena. Todas rezaban y la encomendaban a los santos, para que estos intercedieran a Dios nuestro Señor por ella. Sin embargo ella vivía las cosas de otro modo y además se daba en ella el efecto contrario, pues siempre empeoraba. Es muy curioso lo que nos cuenta en sus escritos: las hermanas todas querían que me curase, como es natural, y me encomendaron a San Juan de Ávila haciéndole la novena, yo nunca pedí mi curación, al contrario, siempre pedía que aumentara en mí los sufrimientos para parecerme más a Jesús Crucificado y salvar almas. Pues bien, si no terminan las novenas terminan conmigo, me puse para morirme, una fiebres altísimas, las heridas se me abrieron más y me llené de gusanos que me sentía yo andar por el cuerpo… Otra vez que me quedé en las puertas, seguro que tenía mucho más que purificar y me echaron para abajo Otro año trajeron la reliquia de San Ignacio a la casa. Era como una custodia y dentro la reliquia del Santo, también me la llevaron a mi habitación para pasármela por el cuerpo y pedirle mi curación y otra vez yo volví a la misma petición de cruz con Cristo Crucificado. Y es que cuando una vive un poco de cerca clavada en la cruz de Cristo, cuando experimentas alegría en el sufrimiento, no valoras otras cosas, todo acaba, ves el valor relativo de las cosas de este mundo.(...)

Muchas veces he tenido que hablar a personas que me han preguntado si tenía curación y al decirles que no tenía solución me miraban con lástima, no se explicaban cómo podía ser feliz estando enferma”.

Con el paso de los años Juanita empezó a comprender y asumir, como la cosa más normal del mundo que lo suyo no tenía cura, es decir, que lo que le quedara de vida tendría que pasarla en la cama y lo que es peor, con dolores. Sus palabras sencillas que no dejan de tener una chispa de humor nos da cuenta de ello “Somos barro en las manos de Dios Nuestro Padre y puede hacer de nosotros como guste. Como buen alfarero hace toda clase de muñequitos, unos de pie y otros acostados, a mí me ha tocado de los acostados... Nunca he pensado que mi enfermedad fuera fruto o debida a mis pecados, con ser muchos y grandes como tú sabes. Más bien he pensado y pienso, que Dios me ama mucho y todos sus designios sobre mí están pesados y medidos con amor infinito. ¡Qué hubiera sido de mí si no me hubiera ‘amarrado’ Jesús tan fuertemente a su cruz...! Si tan chiquita ya pecaba tanto... Dios mío, gracias por la enfermedad... Por eso una de mis aspiraciones es llegar a recibir todos los acontecimientos de mi vida con el mismo amor que se me dan... No siempre lo consigo”

Durante estos años Juanita siguió viviendo en la misma casa en donde enfermó y como ya decíamos anteriormente, era cuidada por las religiosas Obreras del Corazón de Jesús. Su salud se fue estabilizando, y aunque a temporadas se empeoraba con fiebre alta, había también espacios de tiempo en que estaba mejor.

Vivía con paz y alegría, se sentía feliz y disfrutaba cuando las niñas que residían en la casa la visitaban semanalmente.

Una de sus actividades favoritas era leer, tenía a su alcance una mesita con gran variedad de libros, pero también disfrutaba cantando, “cantaba mucho y siempre estaba contenta. Siempre decía que de saber antes que iba a estar enferma dos cosas hubiera hecho: visitar más al Señor y ponerme muy cerquita de Él en el Sagrario, y jugar, jugar mucho… Eran dos cosas que yo deseaba y que ya nunca podría hacer. Una cosa le pedía siempre al Señor: ser siempre suya no importaba cómo ni donde… Como el Sagrario del noviciado no estaba lejos de mi habitación cantaba alto para que el Señor me oyera… Señor, yo creo, pero aumenta mi fe… Otro canto era el himno eucarístico: ‘Cantemos al amor de los amores’… sobre todo cuando llegaba a ‘Dios está aquí’… y ‘cielos y tierras bendecid al Señor’… Apretaba fuerte como queriendo hacer mía la alabanza de toda la creación…¡Quien iba a pensar que pasado unos años, el Señor me iba a llevar al noviciado e iba a poder estar tan cerquita, tan cerquita que mi cama daría en el altar! ¡Lo que Dios es capaz de hacer cuando se intenta seguirle con sinceridad!

Su vida estaba plenamente llena de sentido. En ese horizonte monótono y rutinario, que era su vida, estaba Jesús crucificado dotando su dolor y sacrificio de sentido y sabor y haciendo el milagro de la felicidad, la realización personal, la alegría, en medio de la enfermedad, la soledad, la dependencia y el dolor físico.